Sin embargo, todo este bloque discursivo planteado por el Sur Global contiene una contradicción. Si bien es agudo para contraargumentar con los líderes de Estados Unidos, Alemania o Francia, no lo es tanto cuando se dirige a Ucrania. La joven república ucraniana, el país más pobre de Europa del Este y con un pasado colonial tan crudo como el de África o América Latina, no encaja como nación del Norte Global.
La solidaridad horizontal a manifestar entre Brasil y Ucrania sería una acción reconstructiva del eje Sur-Sur, independiente de la posición de las viejas potencias mundiales (EEUU) o aspirantes (China). Frente a la antigua metrópoli, Ucrania no deja de ser un país del Sur Global. En un artículo de 1991, E.P. Thompson advertía de cómo el uso de la expresión "Tercer Mundo" se había vaciado, convirtiéndose en un pretexto para el relativismo cultural, incluso sentimental.
En 2023, en lugar de apelar a la gramática del "Sur Global" para relativizar la brutalidad contra la disidencia y la cerrazón autoritaria de grupos dirigentes en Irán, Corea del Norte o Nicaragua -como a veces hacen el Partido de los Trabajadores y el propio Lula-, el caso es utilizar esta noción para politizar la guerra en Ucrania.
Esto significa abandonar la dicotomía Occidente x No-Occidente, tan conveniente para el discurso antioccidental del Estado agresor, para reconocer la existencia del pueblo ucraniano como sujeto histórico, capaz de elaborar un punto de vista sobre los procesos de opresión. El pueblo ucraniano es el más victimizado y, al mismo tiempo, el que llena de fuerza humana y moral la resistencia.
De este modo, la noción de Sur Global adquiriría un significado tangible, permitiendo al gobierno brasileño identificarse con otro pueblo periférico, que en diversos períodos de su historia sufrió los efectos del colonialismo y de la opresión extranjera.
Es decir, se sale de la dicotomía en diagonal hacia dos peores. Por un lado, se evita la oposición hipócrita entre democracias y autocracias, como si Turquía o Arabia Saudí, aliados de EEUU y la OTAN, fueran Estados democráticos de derecho. La segunda justifica la invalidación de la oposición interna y la cerrazón autoritaria del régimen de la República Popular China, con su Politburó de 25 hombres y ninguna mujer, en nombre de un mistificado "concepto chino" de democracia.
La gramática tercermundista de los años 70 se reciclaría así, de manera concreta, como "Sur Global", cuando se ve en la difícil y sufrida resistencia ucraniana una lucha por la liberación nacional. Es necesario solidarizarse primero con ella, en lugar de solidarizarse con la potencia invasora y agresora, que lleva a cabo una guerra enteramente en territorio ucraniano y contra la población ucraniana.
Esto permitiría a Brasil salir de la dicotomía vaciada entre Occidente y no Occidente y asumir así un papel protagonista, abriendo un espacio de formulación e intervención del que hasta ahora ha carecido. Además, sacaría a Ucrania de la condición de ausente del discurso predominante que ha sido elaborado por o en nombre de los Estados del "Sur Global", a veces reducida a víctima de una occidentalización perversa, a veces reducida a idiota útil para las fuerzas de la OTAN.
Tensiones y dilemas
A pesar de la apariencia de coherencia argumental, tensiones de todo tipo impregnan el posicionamiento calibrado por Brasil hasta ahora, con Bolsonaro y luego con Lula.
En primer lugar, es cada vez más difícil sostener la equidistancia entre Putin y Zelensky. Hasta cierto punto, la construcción narrativa descansa en el hecho de que, a pesar de que la invasión fue flagrantemente ilegal según el derecho internacional, en el momento en que recibió el apoyo militar de la OTAN, Ucrania habría logrado "nivelar el campo de juego".
En otras palabras, con el apoyo militar de los 30 países de la OTAN, el conflicto se habría vuelto simétrico, y ya no sería apropiado hablar de agresor y víctima, sino de dos partes beligerantes simétricas. A pesar de ello, la profundización de las investigaciones sobre los crímenes de guerra y contra la humanidad cometidos por Rusia en Ucrania, como en Bucha, Borodyanka e Izyum, ha erosionado cualquier intento de equidistancia.
¿Cómo podría Lula presentarse como mensajero de la paz, al frente de un país históricamente comprometido con los derechos humanos, mientras se sitúa en el punto medio entre opresores y oprimidos?
Este dilema derivado de la asimetría de los crímenes cometidos repercute incluso internamente en Brasil, ya que uno de los principales temas de crítica a la izquierda de Lula consiste en criticar su pretensión de árbitro universal. Según esta lista de críticas, el ex sindicalista desempeñaría el papel de conciliador de clases en Brasil, buscando siempre un término medio entre explotadores y explotados. En lugar de representar a las capas populares, estaría ejerciendo más bien un papel de pacificador del conflicto social, detrás de un quimérico esquema win-win: ganan las élites, ganan los trabajadores.
En la guerra de Ucrania, este esquema de conciliación lulista chocaría frontalmente con la existencia de crímenes contra la humanidad, que no podrían ser simplemente olvidados por el bando cuya población los sufrió.
Además, si Brasil, desde la fundación de la ONU, defiende el multilateralismo y la mayor distribución de poderes, el discurso de Putin es abiertamente beligerante y multiimperialista. Sus pronunciamientos y artículos son ostentosos al impugnar el actual orden internacional como si no fuera más que una secreción de una unipolaridad hegemónica norteamericana.
En esta lógica, habría un predominio de los valores occidentales en el funcionamiento práctico de las instituciones y organismos internacionales, en detrimento de otras cosmovisiones, como la rusa, la china o la india. Basándose en este argumento culturalista, Putin cuestiona la legitimidad del mismo marco internacional y de derechos humanos del que el Estado brasileño es partidario desde 1945.
Coherentemente, Brasil defiende la puesta en práctica, es decir, la eficacia de las normas no aplicadas y su validez para todos, en lugar de deslegitimar las propias normas, como hace Putin. En la concepción enunciada por Putin del conflicto de civilizaciones, el mundo futuro debería ser rediseñado no por el multilateralismo, sino por un acuerdo entre las grandes potencias nucleares, que trazarían entre sí las nuevas líneas de zonas de influencia, como ocurrió en la Conferencia de Yalta (1945), en la fase final de la Segunda Guerra Mundial. Ese futuro contenido en el imaginario putinista no interesa a Brasil, ya que estaría condenado a elegir en qué colonia se convertiría: China o EEUU.
Otra área de gran tensión dentro del discurso brasileño con Lula es la cuestión del agronegocio. Sin duda, la salud del comercio internacional de fertilizantes y alimentos es un elemento central para la estabilidad monetaria, la recuperación económica y la capacidad de inversión pública del gobierno en los próximos años.
Sin embargo, los márgenes de expansión del agronegocio han sido responsables del aumento de la deforestación en la Amazonia y de la destrucción de ecosistemas en el cerrado.
El avance del agronegocio también provoca pasivos vinculados a la seguridad alimentaria de la población y a la concentración de la tierra y de la renta en el campo. Por más que hoy exista un marketing millonario destinado a demostrar la conciliación virtuosa entre el agronegocio y el medio ambiente, los movimientos ecosocialistas brasileños discrepan y, por el contrario, proponen un cambio de paradigma.
La propuesta de la izquierda ambientalista es sustituir el régimen de colosales monocultivos por la matriz de pequeñas propiedades familiares; así como sustituir la presencia intensiva de transgénicos y fertilizantes en toda la cadena productiva, por la agricultura orgánica y sustentable.
Sin embargo, en esta coyuntura, cualquier cuestionamiento más directo al sector del agronegocio pondría al gobierno bajo presión tanto desde arriba, por parte de las élites agrocapitalistas y sus bancadas en el parlamento, como desde abajo, al comprometer el volumen de ingresos en divisas con el que el gobierno del PT cuenta para aumentar el nivel de inversión pública. La solución al dilema, obviamente, aún no está lista, y depende todavía de la creación de alternativas y luchas.
Comentarios
Animamos a todo el mundo a que haga comentarios, Por favor, consulte las intrucciones de openDemocracy para comentarios