Después de un hiato de dos años, los BRICS volvieron a reunirse – virtualmente – en junio en encuentro que tuvo a China como anfitrión, marcando un importante voto de confianza de parte de la comunidad internacional en Rusia después de meses de aislamiento profundo. Pero los integrantes ya daban indicios de ese posicionamiento. Tres de los miembros del bloque, China, India y Sudáfrica, se abstuvieron de votar en la resolución de la Asamblea General de la ONU que condenó a Rusia en marzo.
Brasil votó por condenar al país, pero la reacción en casa no fue unánime. Bolsonaro evitó críticas a Rusia, actitud semejante a la que asumió el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva y favorito a ganar las elecciones presidenciales de octubre. El abordaje parecido del líder de extrema derecha y del candidato de izquierda muestra que el interés de Brasil en cooperar con los principales propulsores del capitalismo autoritario va más allá de las ideologías políticas.
Y Brasil no es el único. En junio, Argentina, actualmente liderada por un gobierno de izquierda, también solicitó membresía a los BRICS. Ese mismo mes, Irán hizo lo mismo. Y más recientemente, Argelia también demostró interés.
Si Argentina, Irán y Argelia ingresan al grupo, los BRICS tendrán cinco miembros con gobiernos autoritarios y tres democracias. Las diferencias económicas, políticas y sociales entre sus miembros son enormes, habiendo contribuido en el pasado a su baja productividad. A pesar de las contradicciones, el cálculo geopolítico y los intereses económicos, los países vuelven a apostar por un multilateralismo distinto al liderado por Occidente.
Si el bloque tendrá un destino diferente al vivido luego de la crisis financiera queda por ver, pero el resurgimiento del interés por un espacio geopolítico distinto del surgido de la Segunda Guerra Mundial refleja que la pérdida de hegemonía del bloque Occidental ha alcanzado nuevos niveles – mientras se configura un nuevo orden mundial liderado por regímenes autoritarios.
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