
"No a la prohibición, No al Muro". Fibonacci Blue/Flickr. Algunos derechos reservados.
Este artículo forma parte de nuestra serie "México en la encrucijada del 2018", coordinada por Gema Santamaría, Alejandro Vélez y Francesc Badia.
Ante la profunda crisis de legitimidad que enfrenta México, deben surgir voces críticas. La llegada de Trump al otro lado de la frontera debe acelerar la consciencia de la urgencia de afrontar los cambios necesarios en el país, que celebrará elecciones presidenciales en 2018, en medio de una gran incertidumbre. La serie México en la encrucijada busca dar voz a estas visiones críticas.
La viabilidad de la cooperación entre Estados Unidos y México está siendo seriamente cuestionada. La manera en que el Presidente Trump aborda las relaciones bilaterales en materia de seguridad, de migración y de comercio se fundamenta en propuestas que resultan unilaterales, agresivas y excluyentes. Si bien la mayoría de estas propuestas aún no se han traducido en políticas concretas, ya han demostrado ser perjudiciales para la confianza y la cooperación potencial entre los dos países.
En lo que respecta a la cooperación en materia de seguridad, por ejemplo, Trump ha privilegiado un discurso a la defensiva, militarizado y reactivo. Supropuesta de contruir un "gran muro" para fortalecer la frontera entre México y Estados Unidos sintetiza su concepción de la seguridad: se trataría que mantener a los "hombres malos" fuera del territorio de los Estados Unidos cerrando simplemente la frontera y aumentando la presencia policial y militar, y todo esto sin contar la cooperación del vecino del sur. La noción de responsabilidad compartida, que configuró la Iniciativa Mérida y encuadró la mayor parte de la cooperación en las administraciones pasadas, ha sido prácticamente abandonada. En cambio, México ha sido presentado al público estadounidense como el único culpable de los desafíos de seguridad de Estados Unidos, sean éstos la migración ilegal, la disponibilidad de drogas, o los delitos comunes.
Frente a este enfoque unilateral y agresivo de la relación bilateral, ¿qué puede (o qué debería) hacer México? La respuesta de México a Trump ha sido, hasta el momento, En el mejor de los casos, equívoca. Desde la visita de Trump a México como candidato presidencial, a la visita del presidente Peña Nieto a Estados Unidos, cancelada en medio de las declaraciones de Trump en Twitter, México ha demostrado ser incapaz de articular un mensaje coherente frente las provocaciones de Trump. Para algunos, esto demuestra la falta de estrategia del gobierno de Peña Nieto en materia de política exterior. Para otros, esto no hace más que reflejar los retos naturales que plantea una política exterior estadounidense errática y alimentada vía Twitter, tanto hacia México como hacia cualquier otro país habituado a los canales diplomáticos tradicionales.
Más allá de esta respuesta oficial, sin embargo, la reacción de México ante Trump ha conllevado también un renacimiento del nacionalismo, tanto por parte de gente de la izquierda como por gente del centro y a la derecha del espectro político. Este renacimiento nacionalista incluye llamadas encubiertas a las redes sociales para boicotear empresas "gringas" -sobre todo Starbucks- y consumir productos "sólo nacionales", así como llamadas a Twitter, a Facebook y a los usuarios de Facebook para que incluyan la bandera mexicana en sus fotos de perfil. Además, implica llamadas públicas a defender la dignidad y el honor de la nación, expresando solidaridad con el gobierno mexicano así como repudio manifiesto hacia la política de Trump. Es ese espíritu nacionalista el que encuadró la movilización contra Trump convocada el 12 de febrero bajo los epígrafes “Vibra México” y “Mexicanos unidos”. Es también este estado de ánimo el que ha alimentado publicaciones y declaraciones hechas por algunos intelectuales y figuras públicas mexicanas. Por ejemplo, el último número de Letras Libres, la revista dirigida por Enrique Krauze, presenta en su portada una imagen que emula el emblema nacional de México: el águila mexicana devora una serpiente que, en este caso, lleva un peinado rubio al estilo Trump. Un artículo en ese número de la revista ve las provocaciones de Trump como una oportunidad para hacer valer la posición de un México “moralmente superior”, mientras que en otro artículo se reivindica abiertamente el nacionalismo mexicano como un activo frente a la intención del Gobierno de Estados Unidos de renegociar o de abandonar el TLCAN.
Una apelación al nacionalismo es, sin embargo, la respuesta equivocada a las políticas de Trump. Más allá de su carácter miope y potencialmente chauvinista, un llamado al nacionalismo puede traducirse fácilmente en un llamado a la lealtad ciega y la ausencia de críticas frente al gobierno actual. La historia ha demostrado que los sentimientos antiamericanos pueden y han sido utilizados por las élites políticas, en momentos de crisis, como un medio para crear consenso, superar la división e incluso ocultar la falta de legitimidad de un gobierno. En un momento en que los ciudadanos necesitan hacer que su gobierno se responsabilice de la impunidad, la corrupción y los abusos de los derechos humanos que afectan al país, el nacionalismo no puede ser una opción.
La respuesta de México a Trump debe afirmar el compromiso con el multilateralismo y la cooperación internacional, no sólo en términos de comercio -que a veces parece ser el único asunto de la agenda- sino en cuestiones de seguridad, derechos humanos y estado de derecho. Una crítica a la concepción securitizada que Trump tiene de la inmigración también debe incluir una crítica del propio fracaso de México a la hora de adoptar una política de migración más integral en su frontera sur, capaz de proteger a los inmigrantes centroamericanos de la agresión del crimen organizado. Además, una postura crítica hacia la visión reactiva y militarizada de la seguridad que tiene Trump debería también implicar un llamado a ir más allá de la propia respuesta mexicana hacia la inseguridad y la violencia en el país, una respuesta militarizada, cortoplacista y represiva.
Frustrado por el fracaso anticipado de la movilización anti-Trump del pasado 12 de febrero, Enrique Krauze twitteó que no asistir a la protesta sería una señal “de pasividad, de indiferencia, e incluso de cobardía” por parte de los ciudadanos mexicanos. El fracaso de la movilización anti-Trump no debe buscarse, sin embargo, en la así-llamada cobardía de los mexicanos. Se encuentra más bien en la incapacidad de ir más allá de una apelación al nacionalismo que ha sido emparejada a una postura acrítica frente el propio gobierno mexicano. México no necesita ciudadanos nacionalistas y "valientes". Lo que necesita es una ciudadanía involucrada en la cooperación internacional, en la transparencia y en el compromiso crítico, capaz de poner en tela de juicio las políticas equivocadas de otro gobierno mientras sigue siendo crítica con el suyo propio.
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