Sin tener en cuenta las nefastas consecuencias que podría acarrear, el proyecto de ley se aprobó en marzo de 2021, y la puerta a la dependencia de los combustibles fósiles se abrió al 100%.
En este contexto, es fácil imaginar por qué, en el camino a la COP26, México es definitivamente una gran preocupación. Aunque firmó el Acuerdo de París y ha dicho de forma reiterativa que definirá NDCs o Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional más ambiciosas, sus políticas y compromisos climáticos no son coherentes y han provocado un aumento, en lugar de una disminución, de las emisiones.
Pero esto no es una sorpresa; aunque México presentó una línea base de NDC en 2016 desde 2013, ha reportado continuamente sus emisiones históricas a niveles más altos que las proyecciones de emisiones en la línea base.
Además, el gobierno de AMLO ha anunciado que no tiene planes de aumentar su ambición de mitigación para 2030, en contra de los requisitos de los Acuerdos de París de que cada NDC sucesiva debe representar una progresión en sus esfuerzos de mitigación.
Lo cierto es que si AMLO no introduce medidas permanentes para impulsar cambios estructurales que permitan al país transitar a una economía de bajas emisiones, nada cambiará.
Con la decisión de su gobierno de favorecer a los combustibles fósiles frente a las energías renovables, especialmente la decisión de seguir invirtiendo en carbón, México está en un camino opuesto a los objetivos de 1.5°C del Acuerdo de París.
La cruda realidad es que si todos los países siguieran los pasos de México, el calentamiento global se elevaría no sólo a 2°C sino a 3 o incluso 4°C; una triste situación para el país que, hace cinco años, fue el primer país en desarrollo en presentar un plan de recorte de emisiones de carbono camino a la COP21 de París.
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