No debería sorprendernos la afirmación de que de la pandemia salimos peores. América Latina es la región que sufrió más muertes por millón de habitantes y la más profunda crisis económica. Somos más pobres, más desiguales, más violentos y menos democráticos que hace una década. Lo peor de todo, es que pareciera no haber un rumbo claro de salida.
Es por ello que la región necesita de una revolución. Según el diccionario de Oxford, revolución es un “cambio brusco en el ámbito social, económico o moral de una sociedad”. Pero claro, no podemos permitirnos cualquier revolución, no hay margen para más violencia en un mundo plagado de conflictos. En otras palabras, es salir del status quo de manera drástica, masiva y pacífica.
El status quo hoy es la extrema fragilidad del tejido social. Por un lado, tenemos un sistema político que poco interpela a su ciudadanía. La creciente desafección social por la política se traduce en que las democracias tienen los niveles más bajos de satisfacción en décadas, con opciones políticas débiles, y crecientemente polarizadas. En los últimos años hemos visto retornar, también, los golpes de Estado en Bolivia, Brasil y Honduras, ahora sin militares, y naturalizado el asesinato a centenares de líderes sociales en Nicaragua, Colombia, México y Brasil. El intento de magnicidio a Cristina Fernández de Kirchner es sólo un episodio más en esta cadena.
Paralelamente, vivimos en un capitalismo predatorio que permite multiplicar el capital de los más ricos al mismo tiempo que multiplica la pobreza. Este sistema está apoyado por una cultura del emprendimiento libertario que legitima a fortunas hechas en menos de una generación, tan grandes que permiten a CEOs enviar naves al espacio, quienes, al mismo tiempo, resisten ferozmente la sindicalización de sus empleados que pelean por un salario mínimo.
Asimismo, estamos permanentemente conectados por redes sociales que le inyectan esteroides a la confrontación social. Los algoritmos de Twitter y Meta detonan e incentivan la viralización de la confusión, el enfrentamiento y el odio. Una noticia falsa tiene 4 veces más posibilidad de ser compartida en Whatsapp que una verdadera, y los mensajes de odio y confrontación tienen casi el doble de probabilidades de recibir “likes”. Estudios han demostrado que el algoritmo de Twitter promueve el intercambio parroquial y visibiliza lo violento.
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