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Sapiens, Homo Deus, 21 Lecciones, y las ficciones inconfesadas de Yuval Harari

El profesor Harari influye en los más poderosos y ha vendido millones de ejemplares, pero no se enfrentan los problemas existenciales de la tierra sustituyendo un conjunto de mitos por otro. English

Jeremy Lent
11 enero 2019
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Yuval Noah Harari en Davos, el 24 de Enero del 2018. Copyright by World Economic Forum/Ciaran McCrickard. CC BY-SA-NC 2.0. Todos los derechos reservados.

Cuando habla Yuval Noah Harari, todo el mundo le escucha. O, al menos, gran parte del público lector del mundo. De sus dos primeros éxitos de ventas, Sapiens: una breve historia de la humanidad, y Homo Deus: una breve historia del mañana, se llevan vendidos 12 millones de ejemplares y su último libro, 21 Lecciones para el siglo XXI, está en las listas de los más vendidos en todo el mundo.

Entre sus fans se cuentan Barack Obama, Bill Gates y Mark Zuckerberg, le admiran creadores de opinión tan diversos como Sam Harris y Russell Brand, y se le agasaja en el FMI y en el Foro Económico Mundial.

Uno de los temas más provocadores de los que escribe Harari es el de que a los humanos nos mueven ficciones compartidas, a menudo no reconocidas e inconfesadas. Muchas de estas ficciones, señala acertadamente, subyacen a los conceptos que organizan la sociedad, como el valor del dólar estadounidense o la autoridad de los estados nacionales.

En cuanto a un tema de tanta actualidad como las llamadas "noticias falsas", Harari hace notar que no se trata de nada nuevo, sino que existe desde hace milenios en forma de religión organizada.

 Harari perpetúa un conjunto de ficciones no reconocidas, que constituyen la base de su versión de la realidad.

Sin embargo, aunque aparentemente sin querer, el propio Harari perpetúa un conjunto de ficciones no reconocidas que constituyen la base de su versión de la realidad. Considerando su enorme influencia pública como intelectual, esto podría acarrear daños considerables.

Al igual que los tradicionales dogmas religiosos de los que se burla, sus propias historias implícitas ejercen una gran influencia sobre la élite del poder mundial -  siempre y cuando permanezcan inconfesadas.

Ficción nº1: la naturaleza es una máquina

Una de las profecías más impactantes de Harari es que la inteligencia artificial sustituirá incluso nuestras labores más creativas y será capaz, en última instancia, de controlar todos los aspectos de la cognición humana.

El razonamiento que subyace a su predicción es que la conciencia humana - incluidas las emociones, intuiciones y sentimientos - no es más que una serie de algoritmos que, en teoría, podrían descifrarse y predecirse con un programa informático.

Nuestros sentimientos, dice, son meros "mecanismos bioquímicos" que resultan del "cálculo que realizan miles de millones de neuronas" en base a algoritmos perfeccionados por la evolución.

La idea de que los humanos – y, de hecho, la naturaleza en su conjunto - pueden entenderse como máquinas complejas, es en realidad un mito cultural exclusivamente europeo que surgió en el siglo XVII y se ha instalado desde entonces en el imaginario popular. En aquellos embriagadores días de la Revolución Científica, Descartes declaraba que no veía ninguna diferencia "entre las máquinas construidas por artesanos y los distintos cuerpos que solo la naturaleza es capaz de componer". 

Hoy, la metáfora preferida es el ordenador - Richard Dawkins (que al parecer ha influenciado a Harari) dice que “la vida son solo bytes y bytes y bytes de información digital” -, pero la idea sigue siendo la misma: todo lo que forma parte de la naturaleza puede reducirse a sus componentes y entenderse en consecuencia.

Por atractivo que resulte en nuestra era tecnológica, lo cierto es que este mito es tan ficticio como la teoría de que Dios creó el universo en seis días. Los biólogos señalan principios intrínsecos de la vida que la diferencian de modo rotundo incluso de la más compleja de las máquinas.

Los organismos vivos no pueden dividirse entre hardware y software. Y la composición biofísica de las neuronas está intrínsecamente vinculada a su comportamiento: la información que transmiten no existe independientemente de su construcción física.

Según Damasio, los supuestos de Harari "no son científicamente sólidos" y sus conclusiones "ciertamente erróneas".

Como afirma el neurocientífico Antonio Damasio en Strange Order Things, los supuestos de Harari "no son científicamente sólidos" y sus conclusiones "ciertamente erróneas".

Los peligros que entraña esta ficción surgen cuando alguien se basa en ella - un fundamento defectuoso - para actuar. Creer que la naturaleza es una máquina da pie a la arrogancia de suponer que la tecnología puede resolver todos los problemas de la humanidad.

Tenemos a biólogos moleculares promoviendo la ingeniería genética para mejorar la producción de alimentos, mientras que otros abogan por la geoingeniería como solución para el colapso climático - estrategias ambas que conllevan el riesgo de consecuencias indeseadas a gran escala.

Reconocer que los procesos naturales, desde la mente humana al ecosistema global, son complejos, no lineales e intrínsecamente impredecibles, es un necesario primer paso para poder diseñar soluciones sistémicas para las crisis existenciales que enfrenta nuestra civilización.

Ficción nº2: “no hay alternativa”

Cuando Margaret Thatcher se unió a Ronald Reagan en los años 80 para imponer al mundo la doctrina neoliberal de un libre mercado impulsado por las corporaciones, utilizó la máxima de "No hay alternativa" para argumentar que las otras dos grandes ideologías del siglo XX, el fascismo y el comunismo, habían fracasado, y dejaban como única opción viable su versión del capitalismo de mercado sin restricciones.

Sorprendentemente, treinta años más tarde, Harari se hace eco de esta interpretación caricaturizada de la historia, afirmando que, tras el colapso del comunismo, "ha quedado solo la versión liberal". La crisis actual, tal como la percibe Harari, consiste en que "el liberalismo no dispone de respuestas evidentes para los principales problemas con los que nos enfrentamos”.

Lo que tenemos que hacer ahora, dice, es “crear una narrativa completamente nueva” para responder a la confusión de los tiempos modernos.

Harari parece haberse perdido, desgraciadamente, el efervescente cultivo de motivadoras visiones de futuro que llevan años desarrollando un buen número de pensadores progresistas en todo el mundo.

Parece ignorar por completo los nuevos fundamentos económicos que plantean pensadores pioneros como Kate Raworth; los apasionantes principios orientadores de futuros que apuestan por la vida en el marco de una civilización ecológica; las bases morales que establece la Carta de la Tierra, respaldada por más de 6.000 organizaciones en todo el mundo – entre otras muchas variaciones de esa "nueva narrativa" que Harari lamenta que no existe. Se trata de una narrativa de esperanza que celebra nuestra humanidad compartida y enfatiza nuestra profunda conexión con una tierra viva.

Harari está inmejorablemente posicionado para poder informar a los pensadores establecidos acerca de la oferta existente de posibilidades esperanzadoras.

El problema no es, como sostiene Harari, que nos hayamos "quedado sin narrativa" sino, más bien, que en el mundo en el que vivimos,  los medios de comunicación de masas controlados por las mismas corporaciones transnacionales que dominan prácticamente todos los demás aspectos de la actividad global y se niegan a ofrecer espacio a las narrativas que socavan el mito thatcheriano de que el neoliberalismo sigue siendo la única alternativa.

Harari está inmejorablemente posicionado para poder informar a los pensadores establecidos acerca de la oferta existente de posibilidades esperanzadoras. Si lo hiciera, tendría la oportunidad de influir en un futuro cuyas perspectivas son, como señala acertadamente, aterradoras a condición de que no se produzca un cambio de rumbo.

¿Está dispuesto a aceptar el desafío? Tal vez, pero primero tendría que analizar los supuestos que subyacen a la Ficción nº3.

Ficción nº3: la vida no tiene sentido, es mejor no hacer nada

Yuval Harari se sienta cada día, durante dos horas, a practicar la meditación vipassana (ver las cosas tal como son), que aprendió como discípulo de N.S. Goenka. Basándose en lo aprendido del célebre maestro, Harari ofrece su propia versión de las enseñanzas de Buda: "La vida", escribe, "no tiene significado alguno y no necesitamos darle ninguno".

En respuesta a la pregunta de qué debería hacer la gente, Harari resume así su visión de la respuesta de Buda: “No hacer nada. Nada en absoluto".

Como colega meditador y admirador de los principios budistas, comparto la convicción de Harari de que la perspectiva budista puede ayudar a reducir el sufrimiento a muchos niveles.

La afirmación de que "la vida no tiene sentido" parece surgir más de la ontología reduccionista moderna del físico Steven Weinberg que de lo que dijo Buda.

Me preocupa sin embargo que, destilando unas pocas frases con gancho de las enseñanzas de Buda, lo que hace Harari es ofrecer una justificación filosófica a quienes deciden no hacer nada para intentar evitar las inminentes catástrofes humanitarias y ecológicas que amenazan nuestro futuro.

La afirmación de que "la vida no tiene sentido" parece surgir más de la ontología reduccionista moderna del físico Steven Weinberg que de lo que dijo Buda. Sugerir que la gente "no necesita darle ningún significado" contradice el instinto evolucionado del género humano.

Como describo en mi libro The Patterning Instinct: A Cultural History of Humanity's Search for Meaning, la cognición humana nos impulsa a imponer un significado al universo y es este un proceso que configura esencialmente la cultura en la que nacemos.

Sin embargo, reconociendo las estructuras de significado subyacentes que nos inculca nuestra cultura, podemos llegar a ser conscientes de nuestros patrones de pensamiento, lo cual nos permite remodelarlos a fin de conseguir resultados más beneficiosos para nosotros - un proceso al que doy en llamar "conciencia cultural".

De hecho, existen otras interpretaciones de las enseñanzas básicas de Buda que permiten destilaciones muy distintas: piden a gritos “¡Haz algo! y animan a un compromiso pleno con las actividades terrenales.

El principio de "originación dependiente", sin ir más lejos, resalta la interdependencia intrínseca de todos los aspectos de la existencia y constituye, por ejemplo, la base del budismo políticamente comprometido del monje vietnamita y destacado activista por la paz, Thich Nhất Hạnh.

Otra práctica budista esencial es el metta, o meditación de la compasión, en la que el meditador se centra en identificarse con el sufrimiento de los demás y toma la decisión de dedicar sus energías vitales a reducir ese sufrimiento. Todas ellas, fuentes de significado de la vida fundamentalmente consistentes con los principios budistas.

Ficción nº4: el futuro de la humanidad es un deporte espectáculo

Una característica distintiva de los textos de Harari, y que puede explicar gran parte de su prodigioso éxito, es su habilidad para trascender las ideas preconcebidas sobre la vida cotidiana y ofrecer una vista panorámica de la historia de la humanidad, como si estuviera orbitando la tierra a diez mil millas de distancia y transmitiendo todo lo que ve.

Harari confiesa que la práctica de la meditación le ha permitido "observar la realidad como es" y esto le ha aportado el enfoque y la claridad necesarias para escribir Sapiens y Homo Deus. Y establece una diferencia entre 21 lecciones para el siglo XXI y sus dos primeros libros porque, en contraste con su órbita terrestre a diez mil millas, ahora lo que hace es "acercar el foco al aquí y ahora".

Aunque el contenido de su último libro es, desde luego, nuestro conflictivo presente, Harari sigue observando el mundo como a través de la lente objetiva de un científico. Pero la comprensión que tiene Harari de la ciencia parece confinada a los límites del terreno de la Ficción nº1 - "La naturaleza es una máquina" -, que requiere un completo desapego del objeto de estudio.

Los pensadores de sistemas de distintas disciplinas científicas han ido desmontando la noción de que existe una prístina objetividad científica.

Reconociendo, eso sí, que su pronóstico para la humanidad "parece manifiestamente injusto", Harari justifica su desapego moral con el argumento que "se trata de una predicción histórica, no de un manifiesto político".

En las últimas décadas, sin embargo, los pensadores de sistemas de distintas disciplinas científicas han ido desmontando esta noción de prístina objetividad científica.

Reconociendo que la naturaleza es un complejo fractal auto-organizado y dinámico de sistemas no lineales, que solo puede entenderse realmente en términos de cómo todas las partes se relacionan entre sí y cada parte con el conjunto, han demostrado que estos principios se aplican no solo al mundo natural, sino también a los sistemas sociales humanos.

Una implicación crucial es que el observador es parte de lo que se está observando, de manera que las conclusiones del observador y las acciones subsiguientes se incorporan al sistema que se está investigando.

Esta perspectiva tiene importantes implicaciones éticas a la hora de abordar los grandes problemas con los que se enfrenta la humanidad. Una vez que se reconoce que somos parte del sistema que estamos analizando, este reconocimiento genera el imperativo moral de actuar en base a nuestros hallazgos y concienciar a los demás acerca de sus responsabilidades intrínsecas.

El futuro no es un deporte espectáculo. Cada uno de nosotros forma parte del equipo y puede marcar la diferencia en cuanto al resultado final del partido. Ya no podemos permitirnos ninguna ficción, las apuestas son demasiado altas.

Para cualquier persona interesada en explorar más a fondo las cuestiones planteadas en este artículo, ofrezco aquí fuentes para una investigación complementaria. 

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