democraciaAbierta: Opinion

Sociopatía y democracia compiten en Brasil

Frente a las maniobras golpistas de Bolsonaro ante las próximas elecciones de Octubre, Lula trabaja para construir una candidatura unitaria lo más amplia posible

Julie Wark Jean Wyllys
11 enero 2022, 10.42am
El presidente Jair Bolsonaro durante una ceremonia en el Palacio del Planalto en Brasilia, el 14 de diciembre 2021
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A veces lo micro puede arrojar una luz muy reveladora sobre lo macro. La persona de Jair Mesías Bolsonaro, que encaja perfectamente en la definición de sociópata, nos dice mucho sobre el sistema político sociópata que lo ha lanzado, y que él encarna.

Con el exterminio de especies, pueblos, lenguas, ecosistemas y culturas, la última manifestación del capitalismo, el neoliberalismo, ha llevado a todo el planeta al borde de la extinción. Lo ha conseguido principalmente porque es tan omnipresente que es casi anónimo.

Sus síntomas son lo suficientemente claros: sistemas políticos corruptos, colapsos financieros, deslocalización de la riqueza, sistemas de salud y educación pública colapsados, niños con armas matando a sus compañeros, calentamiento global con catástrofes por doquier, pandemias, y muchos más; pero suelen tratarse de forma aislada como si no formaran parte de un mismo sistema.

Aunque es una forma monstruosa de ingeniería social consciente destinada a concentrar la riqueza y el poder, el neoliberalismo tiende a presentarse como una especie de ley biológica uniformemente repartida y regida por un "mercado" que se dirige a los individuos convertidos en consumidores cuyas opciones democráticas se limitan principalmente a la compra y venta competitiva. Los que no pueden entrar en la competencia se quedan en el camino.

Cuando este sistema sociopático aparece, de lleno, en una persona que comete o fomenta estos crímenes, se desenmascara su malignidad para todos los seres vivos.

¿Es Bolsonaro un sociópata?

Tomemos una de las demostraciones más recientes de Bolsonaro al respecto. Tras semanas de intensas lluvias en el estado de Bahía, al noreste de Brasil, la presa de Igua, en el río Verruga, cerca de la ciudad de Vitoria da Conquista, se derrumbó el 25 de diciembre. Una segunda presa, la principal fuente de agua potable en Jussiape, 100 kilómetros al norte, se rompió el 26.

Veinte personas han muerto como consecuencia de las fuertes lluvias e inundaciones, más de 430.000 personas se han visto afectadas, 36.000 se han quedado sin hogar y miles han sido evacuadas de al menos 72 poblaciones en situación de emergencia, muchas de ellas sin electricidad. En la capital del estado, Salvador, las lluvias de diciembre han sido seis veces superiores a la media.

Mientras que algunos expertos dicen que lo que el gobernador Rui Costa describe como el "mayor desastre en la historia de Bahía" no es causado por el cambio climático sino, más bien, por los efectos combinados de los cambios de temperatura en los océanos Atlántico y Pacífico y un eje alargado de nubes, precipitaciones y vientos convergentes conocido como la Zona de Convergencia del Atlántico Sur, que es típica de esta época del año, no sería descabellado suponer que el actual carácter extremo de estos efectos "habituales" podría estar relacionado con las políticas literalmente asesinas del gobierno de Bolsonaro, que está siendo demandado por la Asociación de Pueblos Indígenas de Brasil ante el Tribunal Penal Internacional por crímenes de genocidio y ecocidio.

El hecho de que las selvas tropicales crean sus propios sistemas meteorológicos, incluyendo las precipitaciones, no se discute científicamente, por lo que la destrucción masiva de este ecosistema alteraría drásticamente los patrones meteorológicos en todo el hemisferio sur y aceleraría los estragos climáticos en formas que aún son difíciles de prever, ya que se trata de una reacción en cadena con consecuencias globales. En resumen, el gobierno de Bolsonaro es un peligro nacional e internacional.

La deforestación no tiene relación con el crecimiento económico. Es sólo crimen organizado

Desde que llegó a la presidencia en enero de 2019, Bolsonaro ha supervisado la destrucción de al menos 16.000 kilómetros cuadrados de selva tropical brasileña, uno de los ecosistemas más cruciales del planeta. Para el gobierno, esta devastación significa "crecimiento económico".

En este sentido, según Beto Verissomo de Imazon, un instituto brasileño de investigación para el desarrollo sostenible, dice: "La deforestación no tiene relación con el crecimiento económico. Es sólo crimen organizado".

No es casualidad que Ricardo Salles, exministro de Medio Ambiente de Bolsonaro, tuviera que dimitir tras ser acusado en una investigación penal de obstruir una investigación policial sobre la tala ilegal en la selva amazónica y facilitar la exportación de madera cortada ilegalmente. Pero esto ocurrió sólo después de haber pasado dos años permitiendo la deforestación, los incendios furiosos y las invasiones de zonas indígenas, así como bloqueando el cobro de multas, persiguiendo a los inspectores y siguiendo deliberadamente un camino de devastación ambiental.

Mientras tanto, Bolsonaro literalmente se cagó en las preocupaciones ambientales con otra de sus inanes e insensatas recetas: "Basta con comer un poco menos. Usted habla de contaminación ambiental. Basta con hacer caca cada dos días".

En cuanto a la Covid-19 (sólo una pequeña gripe, dijo al principio de la pandemia), a la vacunación, y a los cerca de 619.000 muertos hasta ahora (incluyendo un número desproporcionado de indígenas), todo esto "aburre" a Bolsonaro, que no soporta todos los "lloriqueos" al respecto.

Ni siquiera le molesta que su no-política haya llevado a una investigación del Congreso a concluir que debería ser acusado de crímenes contra la humanidad. Así que no se trata sólo de un presidente torpe, sino de un "sociópata incurable", como dice el compositor Zeca Baleiro.

Y el sociópata se va de vacaciones cuando se produce una catástrofe no natural de la que él es en gran parte responsable, especialmente en una zona donde sus votos son escasos y el índice de rechazo es mayor. Así, mientras el estado de Bahía se ahogaba, él se fue a pescar a Santa Caterina y publicó fotos en las redes sociales, al tiempo que atacaba la vacunación de los niños contra la Covid-19, utilizando incluso a su hija de once años, que no será vacunada, en sus diatribas.

Maniobras oscuras y noticias falsas ante las elecciones 2022

En 2018, el año de las elecciones presidenciales que le llevaron al poder, el volumen de noticias falsas se cuadruplicó. El personal de la Agência Lupa, dedicada a la verificación de hechos, recibió hasta 56.000 amenazas de muerte al mes. Entre otras víctimas de la campaña de odio que llevó a las amenazas de muerte que le obligaron a exiliarse está Jean Wyllys, uno de los autores de este artículo.

Ahora, ante las elecciones de octubre de 2022, gente como Steve Bannon y los ejecutivos de Silicon Valley observan con interés el papel que puede jugar la desinformación y cómo puede destruir la vida de los críticos molestos. Bolsonaro ha subido la apuesta al intentar limitar la eliminación de contenidos en las redes sociales para proteger, según él, la libertad de expresión de sus partidarios.

El 6 de septiembre, víspera de la fiesta nacional de Brasil, justo antes de sus mítines en Brasilia y São Paulo, en un movimiento para agitar a su base de extrema derecha, firmó el decreto correspondiente, incluso mientras el Congreso y el Tribunal Supremo lo están investigando a él y a sus hijos por dirigir una red de noticias falsas.

No es que le importe un ápice lo que digan el Congreso o el Tribunal Supremo o la Constitución. Como está más preocupado porque está muy por detrás del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva en las encuestas, actualmente está hablando mal y haciendo de las suyas con el juez Alexandre de Moraes, que preside una importante investigación sobre noticias falsas, y confiando en el poder de su fábrica de noticias falsas, la llamada Oficina del Odio.

Patrícia Campos Mello, autora de A máquina do ódio: notas de uma repórter sobre fake news e violência digital (La máquina del odio: notas de una reportera sobre noticias falsas y violencia digital), la describe como "un equipo de estrategia digital que opera desde una sala en el palacio presidencial" que "trabaja junto a los blogueros y youtubers bolsonaristas y los perfiles en las redes sociales, incluyendo a Bolsonaro, sus hijos y simpatizantes... Con eso pueden dar forma a la narrativa. Así guían la discusión en las redes sociales".

Su jugada augura un plan para animar a los miembros de las fuerzas armadas de seguridad del Estado y a las milicias privadas a dar un golpe de Estado de extrema derecha

Con sus milicias digitales ya trabajando e inundando las redes sociales con desinformación y noticias falsas, Bolsonaro ha hecho otro truco populista al conseguir que su base parlamentaria -el famoso lobby de la biblia, la carne y las balas- apruebe medidas para aumentar los salarios de los militares y la policía federal. Su jugada augura un plan para animar a los miembros de las fuerzas armadas de seguridad del Estado -donde el fascismo está muy arraigado-, así como a las milicias privadas, para repetir, de forma más violenta, la maniobra de Donald Trump del 6 de enero, es decir, a dar un golpe de Estado de extrema derecha. Espera, así, obligar a la población brasileña a someterse a su despotismo.

Con amenazas de purgas y asesinatos de disidentes -que ya son prácticas de sus milicias- parece pensar que puede imponer, no sólo a sus compatriotas sino también al resto del mundo (especialmente mostrando a otros tiranos que tales cosas son posibles), su negacionismo sobre el cambio climático, su devastación de la Amazonía, su exterminio de los pueblos indígenas para beneficiar a los ganaderos, sojeros y mineros del oro, sus políticas neoliberales de precarización laboral, su mentira en todo, y su constante sabotaje a las políticas de salud pública, especialmente en la pandemia: en fin, sus múltiples formas de sacrificar a los pobres en los altares suculentos de los ricos.

La alternativa, en las elecciones de 2022, es un gobierno presidido por Lula, que ya ha emprendido una de las tareas preelectorales más urgentes: unir a un enorme país dividido por el odio y las mentiras esgrimidas por la extrema derecha para obtener ventajas electorales. Está demostrando una vez más que es un hábil negociador con simpatías claramente declaradas. Durante una reciente visita a París, donde recibió el Premio al Valor Político de Revue Politique Internationale, habló de su amor por el pueblo brasileño "bueno, democrático, generoso y trabajador", que es "mucho mejor que los ignorantes que están en el poder". También defendió su proyecto de conseguir que Brasil se convierta en una potencia regional que trabaje por el bien del planeta, en particular protegiendo la Amazonia, una postura totalmente diferente a la de Bolsonaro, para quien la deforestación de la Amazonia es algo "cultural" por lo que "no se acabará nunca". Si Bolsonaro se ha convertido en una especie de paria en todo el mundo, la campaña de Lula cuenta con su prestigio internacional para ganar votos en octubre.

Lula está utilizando de nuevo la estrategia que le hizo ganar las elecciones de 2002, hablando y negociando con un abanico de personas, y aglutinando fuerzas fuera de su partido (PT), especialmente del centro del espectro político, y esto es algo más que una táctica electoral.

En estos momentos está en medio de conversaciones con el ex gobernador de centro derecha de São Paulo, Geraldo Alckmin, un movimiento que ha sorprendido a algunos porque, a día de hoy, parece que Lula puede ganar solo contra Bolsonaro. Sin embargo, el "lulismo" es sinónimo de conciliación y aceptación de las realidades de la vida política brasileña, que incluyen cierto acercamiento, incluso con el Centrão, que es básicamente un montón de partidos políticos conservadores clientelistas.

Pero su preocupación tiene un alcance mucho más amplio que el mero electoralismo, ya que se esfuerza por asegurar al pueblo brasileño que es algo más que peones desechables en un cruel juego oligárquico, y por reafirmar su dignidad como ciudadanos restaurando el tejido de la democracia que está siendo destrozado por las tácticas fascistas, además de intentar asegurar que la clase dirigente resista las amenazas golpistas de Bolsonaro y garantice la voluntad de la mayoría en las urnas.

Otra cosa son los militares, susceptibles tras la creación de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación por parte de Dilma Rousseff en 2014. En noviembre, Lula declaró a los periodistas franceses: "El papel de las fuerzas armadas brasileñas está bien definido por la Constitución: Defienden la soberanía de nuestro país. (...) Están al servicio de la sociedad civil (...) Hoy hay 8.000 militares en puestos de responsabilidad y confianza civil. Tendrán que irse y los sustituiremos por personal no militar. No hay ningún problema, pero no quiero hablar de elecciones con los militares".

Restaurar la democracia será esencial si Lula gana las elecciones y emprende la tarea de llevar a Brasil a la vanguardia de un nuevo tipo de globalización basada en relaciones internacionales que respeten la soberanía de los pueblos, erradiquen el hambre y la pobreza en todo el planeta, protejan los derechos humanos, garanticen la igualdad de género, combatan la desinformación, eviten la guerra y la violencia, y trabajen para restaurar la salud del planeta.

Bolsonaro, el sociópata, quiere exactamente lo contrario. Y el sistema que encarna Bolsonaro significa que la elección que tendrá lugar en Brasil en octubre próximo es una elección que, más o menos crudamente, nos implica a todos.

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