Las políticas minera y petrolera del presidente Guillermo Lasso han sido rechazadas por organizaciones y nacionalidades indígenas. En octubre de 2021, con una movilización de delegaciones de toda la región amazónica, las organizaciones presentaron una demanda de inconstitucionalidad al decreto 95 que delinea la política petrolera: se duplicará la producción. En diciembre, presentaron otra contra el decreto 151: da luz verde para ampliar la frontera minera a gran escala.
Estos decretos fueron emitidos por el Presidente en los primeros seis meses de su mandato. Su ejecución preocupa a las organizaciones indígenas por la vulneración de los derechos colectivos y de la naturaleza que ellos implican. Por un lado se duplica la producción petrolera y minera, y por otro no se respeta los derechos colectivos, entre ellos el derecho a ser consultados sobre si aceptar o no este tipo de actividades en territorios indígenas.
“Llevamos años demostrando que nuestra subsistencia no ha cambiado con la explotación petrolera y minera. Nuestros dirigentes de base llevan décadas arriesgando su vida, diciendo que extraer recursos de sus territorios no les ha dejado más que destrucción, conflictos sociales y desastres ambientales”, dijo Marlon Vargas, presidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (Confeniae) —una de las que presentó las demandas.
Los nuevos proyectos, como los liderados por el Consorcio petrolero Bloque 28 —Petroamazonas EP, Enap Sipetrol y Belorusneft—, o por las empresas Solaris Resources o EcuaSolidus, implicarían una afectación a los ingresos fiscales del Estado en desmedro de los derechos económicos, sociales y culturales de la población.
Esto porque se impone un modelo de contratos de participación que aseguran las ganancias a las empresas, y traslada el costo de los riesgos al Estado. Es una situación similar a lo ocurrido en décadas anteriores en el caso de la empresa Occidental o el caso Chevron Texaco. Ambos tuvieron perjuicios económicos para el Estado.
El decreto petrolero protege los intereses del sector privado y las entidades financieras al proponer una “transición” en la que el control y el manejo de los sectores estratégicos pasen de las manos del Estado a las empresas transnacionales. Este traspaso implica que el Ejecutivo revise, acelere y flexibilice varios procesos habilitantes que autorizan la licitación o concesión de bloques petroleros.
El decreto minero, en cambio, pretende posicionar al país como un atractivo de inversión minera, mientras —de manera equivocada— establece una narrativa que promociona la minería como el camino hacia el desarrollo y la alternativa para la superación de la crisis económica. Esto, a pesar de que economistas han debatido que la minería a gran escala no daría las ganancias prometidas, como el caso de los proyectos Mirador, Fruta del Norte, San Carlos Panantza.
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