
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, abre el debate general del 66º período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Nueva York, 21 de septiembre de 2011. Imagen: Creative Commons. CC BY-SA 2.5
Un populista de extrema derecha ganó la presidencia del país más grande de América Latina. La promesa de Jair Bolsonaro de aumentar drásticamente la seguridad, acabar con la corrupción y promover los valores familiares tradicionales encontró eco entre los brasileños, hartos de años de mala administración, escándalos y crímenes en espiral ascendente.
La dimensión de la victoria del ex capitán del ejército agarró desprevenida a la mayoría de los encuestadores. Bolsonaro ganó el 55% del voto popular frente a solo el 45% registrado por Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores. La representación en el Congreso del poco conocido Partido Social Liberal de Bolsonaro, PSL, se disparó a 52 miembros en el Congreso mientras que el Partido de los Trabajadores logró mantener 54 escaños.
La elección transformó el panorama político de Brasil: varios de los partidos tradicionales, que han dominado gobiernos sucesivos durante las últimas tres décadas, sufrieron pérdidas catastróficas.
Con eso, Brasil está dando un drástico giro a la derecha, tras casi una década y media de gobiernos de izquierdas. No sorprende que el foco de la campaña presidencial más disputada y polémica de la historia haya estado en las prioridades domésticas.
Las tácticas de tierra quemada del equipo de Bolsonaro proporcionaron titulares a medios de todo el mundo. Ha dicho que sus enemigos políticos deberíanhuir al extranjero o ir a la cárcel, que el movimiento de trabajadores sin tierra de Brasil se compone de "terroristas" y que, si de él dependiera, no respetaría un resultado en el caso de que no fuese declarado vencedor.
En el camino, fue comparado con el presidente de los Estados Unidos. Donald Trump, con presidente el presidente filipino Rodrigo Duterte, con el primer ministro húngaro Viktor Orbán, e incluso con el nazi Joseph Goebbels.
Pero a muchos comentaristas nos preocupa que Bolsonaro constituya una amenaza existencial para la democracia, otros dicen que ese riesgo es muy exagerado. Una cosa es cierta: el torrente de digital promoviendo noticias falsas en un país donde la mayoría de la población afirma que su principal fuente de información es Facebook y WhatsApp, ha polarizado el país.
Si bien las cuestiones de política exterior fueron consideradas poco importantes durante las elecciones, Bolsonaro pretende poner en marcha la transformación más dramática en el posicionamiento internacional de Brasil desde la restauración de la democracia, en 1985.
Por un lado, Brasil podría ver revertido su tradicional posicionamiento multilateral y su apoyo a un equilibrio de poder multipolar.
Bolsonaro ha manifestado su desdén por la ONU, que describe como lugar de reunión para comunistas, y su intención de retirarse del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Como evangélico recientemente bautizado, también anunció su intención de trasladar la embajada de Brasil a Jerusalén. Para colmo, el presidente del partido de Bolsonaro denunció a la Organización de los Estados Americanos (OEA) como parte de una conspiración globalista. Incluso es concebible que Brasil pueda optar a adherirse a la OTAN, algo impensable hace unos pocos meses.
Mientras analizamos las brasas tras el incendio de la campaña presidencial, deberíamos preguntarnos ¿cuáles ser a postura menos amable que sus abajodar la s humanos de la ONUán las prioridades clave de la política exterior de Bolsonaro a partir de que asuma el cargo en enero de 2019?
Uno de los cambios más importantes en política exterior ya está en marcha: el fortalecimiento de la alianza de Brasil con Estados Unidos. El presidente entrante y sus hijos, tres de los cuales son políticos electos, reverencian abiertamente a Donald Trump.
Bolsonaro se ha rodeado de asesores afines a las ideas de Trump. Ernesto Fraga Araújo, diplomático de carrera, candidato a ministro de Relaciones Exteriores, ha escrito un breve tratado contra la globalización, elogiando la defensa de los valores cristianos de Trump contra el islamismo.
El apoyo abierto de Bolsonaro a los Estados Unidos, y la validación de las posiciones de Trump sobre comercio, derechos, el ejército y el medio ambiente, contrasta virtualmente con todas las administraciones anteriores en la historia de Brasil. Steve Bannon le prodigaba alabanzas. Y en su llamada de felicitación a Bolsonaro esta semana, Trump dijo que espera una cooperación más estrecha, particularmente en asuntos de seguridad.
A lo largo de la campaña, Bolsonaro también habló con frecuencia de un posible cambio de régimen en Venezuela. En esto, se diferenció de las anteriores administraciones del Partido de los Trabajadores, que siempre consideraron a Hugo Chávez y Nicolás Maduro como aliados estratégicos.
El gobierno saliente de Michel Temer tomó una postura menos amable que sus antecesores, trabajando junto a otros gobiernos latinoamericanos y la OEA para aislar el régimen de Maduro. Sin embargo, Temer evitó cuidadosamente hablar de intervención militar o apoyo brasileño para las sanciones estadounidenses y europeas (alegando que el Consejo de Seguridad de la ONU era el único órgano que podía imponer legítimamente tales medidas).Pero con más de 56,000 refugiados venezolanos buscando amparo en Brasil, y Bolsonaro avivando las llamas, describiendo a los refugiados como "escoria de la tierra", no se puede descartar la posibilidad de sanciones económicas, e incluso de intervención militar. Bolsonaro probablemente llenará su gabinete de ex generales y está dispuesto a ampliar el papel del ejército en la seguridad doméstica en todo el país.
Bolsonaro buscará expandir el comercio, principalmente a través de acuerdos bilaterales y un enfoque transaccionalista de "Brasil Primero". Habiendo sido un firme proteccionista durante la mayor parte de sus 27 años en política, Bolsonaro suavizó el tono antes y durante la campaña presidencial.
Se ganó a gran parte de la élite financiera de Brasil al incorporar a Paulo Guedes, un economista formado en los Estados Unidos, como un posible "super" ministro de economía. Guedes ha dicho que la reforma de las pensiones, la privatización y la bajada de impuestos son sus prioridades, lo que llevó a una subida de la bolsa cuando Bolsonaro ganó la primera ronda de las elecciones, a principios de octubre.
Junto con Guedes, tiene una pobre opinión del libre comercio multilateral, incluida la unión aduanera sudamericana, Mercosur, aunque se dice que le gusta el libre comercio de la Alianza del Pacífico. A diferencia de los presidentes anteriores, Bolsonaro también puso a los BRICS en el blanco de sus críticas.
A la vez que Bolsonaro gira hacia los EE. UU., existen indicios de que podría rechazar a China. Desde 2015, China es ya el mayor inversionista extranjero en Brasil, habiendo superado a EE. UU.. En ese mismo año, el presidente chino, Xi Jinping, se comprometió a duplicar el comercio bilateral hasta los 500 mil millones de dólares es esta década. También afirmó que la inversión china podría aumentar en otros $ 250 mil millones para 2020.
Habiéndose limitado a las materias primas y las manufacturas, las empresas chinas están ahora expandiéndose a la logística y a la energía renovable. Claramente, Bolsonaro tiene la intención de enrollar la alfombra roja que desplegó su antecesor, Michel Temer. En lo que un periodista describió como una perorata en contra de China, Bolsonaro dijo que "China no está comprando en Brasil, China está comprando a Brasil". Los diplomáticos chinos observan con nerviosismo.
A pesar de haber afirmado que esperaba sacar a Brasil del acuerdo climático de París, ahora afirma que tiene la intención de mantener el país dentro del acuerdo. Recientemente describió este acuerdo, que Brasil ratificó en 2016, como una conspiración extranjera que cuenta "cuentos de efecto invernadero" para poner a la Amazonia bajo el "control mundial".
Esto representa una desviación radical del rol que ha tenido Brasil como importante valedor de los esfuerzos multilaterales para reducir el cambio climático. Mientras tanto, Bolsonaro coquetea con la idea de fusionar el ministerios de medio ambiente y agricultura y retirar los fondos de las agencias de protección ambiental. Los potentísimos lobbies brasileños de la agroindustria, contrucción y minería están ya salivando ante esa jugosa perspectiva, al igual que las empresas extractivas de todo el mundo. Las consecuencias para el Amazonas y para el cambio climático global son terribles.
En su manifiesto de campaña, Bolsonaro prometió intensificar la lucha contra el crimen organizado en el país y en el extranjero. Al tiempo que ofrece pocos detalles concretos, en conversaciones recientes con el secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, confirmó que apoyará medidas más duras para contrarrestar a los grupos criminales transnacionales.
Algunos comentaristas califican de draconiana su postura sobre la política doméstica de drogas, destacando su firme oposición a la despenalización y su apoyo a medidas para lanzar a la policía y a los militares contra cualquier persona sospechosa de estar involucrada en drogas.
Probablemente el nuevo gobierno intensificará los esfuerzos contra el narcotráfico en la región, particularmente a lo largo de las fronteras de Bolivia, Colombia y Perú. En lo que se refiere a cuestiones de política global de drogas, de manera más general, el gobierno entrante hará, probablemente, lo que Estados Unidos le diga que haga.
Hay buenas razones para tomarse la palabra de Bolsonaro al pie de la letra. El poder ejecutivo ejerce un control considerable sobre la política exterior, incluido el ministerio de asuntos exteriores, con aportes comparativamente limitados del Congreso y el Senado.
Además, Bolsonaro disfrutará de un fuerte apoyo de su partido, el PSL, y trabajará en el Congreso para construir alianzas con políticos de niveles inferiores pertenecientes a partidos menos conocidos, que tratarán de alinearse con él para ganar influencia. Si bien su objetivo inmediato se centrará en impulsar la seguridad pública y reformas económicas (y más adelante, las sociales), Bolsonaro puede cosechar una serie de victorias fáciles en el frente de la política exterior y satisfacer a sus bases cumpliendo sus compromisos. Esto será especialmente tentador para él, vistos los muchos desafíos internos que enfrenta Brasil, entre ellos una economía en crisis, con altos niveles de desempleo y una reforma pendiente de la seguridad social.
Puede resultar tentador despachar a Brasil como actor intrascendente en asuntos geopolíticos. Si bien es un gigante latinoamericano, en términos diplomáticos y militares Brasil juega un papel muy por debajo de su peso real. Dado su tamaño y rendimiento económico, y pese a su aislamiento geográfico y lingüístico, el país debería ser un peso pesado. Representa el 40% de la población de América Latina y aproximadamente la misma proporción de su PIB regional. Sin embargo, durante años el cuarto país más grande del mundo por población, y el octavo por economía, no ha tenido una presencia destacada en el escenario mundial.
Esto puede cambiar. Brasil podría ayudar a frenar la acción multilateral global, particularmente en cuestiones relacionadas con la protección del medio ambiente, precisamente en el momento en que el mundo necesita un liderazgo con visión de futuro.
No se equivoquen: el posicionamiento del gobierno entrante sobre temas que van desde el cambio climático hasta el libre comercio tiene implicaciones globales, no solo para la región, sino para el mundo entero.
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Este comentario está escrito en la capacidad personal del autor.
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