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El dragón chino avanza sobre América Latina

Mientras crece la tensión entre Estados Unidos y China embarcados en una guerra comercial y por la hegemonía mundial, las relaciones de la potencia asiática con América Latina pasan por su momento más álgido en la historia, no exento de peligros.

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Miguel González Palacios
26 octubre 2020, 4.58pm
Volquetas enormes transportan minerales el 15 de julio de 2015 en la mina Toromocho en los Andes centrales del Perú. La mina de cobre a cielo abierto es propiedad de y operada por Aluminium Corporation of China.
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Tim Johnson/McClatchy/TNS/SIPA USA/PA Images

Una parte de la batalla geopolítica y económica que libran desde hace tiempo los EE.UU y la República Popular China se libra, calladamente, en América Latina, donde la potencia asiática parece estar ganando terreno día a día.

China ya es el principal socio comercial de todos los países de América Latina, con excepción de México, Colombia y Venezuela, mientras que sus empresas estatales tienen en sus manos las obras de infraestructura más estratégicas para los países de la región, como lo es por ejemplo el Metro de Bogotá.

La pandemia de la Covid-19 ha representado para China una oportunidad para consolidar aún más su influencia global, por medio de asistencia técnica y sanitaria a los países en desarrollo en su lucha contra la enfermedad, a los cuales también ha prometido condiciones favorables de acceso a la vacuna que desarrollan sus laboratorios.

El acercamiento entre estas dos regiones comenzó hace cincuenta años, impulsado por el reconocimiento diplomático del gobierno de Beijing como el representante legítimo de China ante la ONU, asiento que ocupaba el gobierno nacionalista exiliado en Taiwán.

Con la muerte de Mao Zedong, líder de la revolución comunista y fundador de la República Popular China, y la llegada al poder de Deng Xiaoping en 1979, el país asiático se embarcó en un proceso de modernización y apertura económica que le permitió ingresar, veinte años más tarde, a la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Su reconocimiento como una economía de mercado fue la base para que China suscribiera tratados de libre comercio con varios países del mundo, incluyendo Chile (2006), Perú, (2009) y Costa Rica (2010), y para que ingresara al Banco Interamericano de Desarrollo, (BID) como miembro no prestatario, en 2009.

Asimismo, el ‘giro a la izquierda’ que vivió gran parte de América Latina en las dos últimas décadas fue el clima político propicio para que China asegurara sus intereses estratégicos estrechando sus vínculos con los gobiernos interesados en ejercer un contrapeso a la influencia de Estados Unidos en el hemisferio.

Esto tomó principalmente la forma de acuerdos de cooperación bilaterales, aunque también incluyó la creación de espacios de diálogo multilateral como el Foro China-CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe) fundado en 2015.

Esta nueva versión de la Ruta de la Seda se extiende hasta América Latina y ya cuenta con la adhesión oficial de 19 países latinoamericanos y del Caribe

La Nueva Ruta de la Seda

"Es hora de que tomemos el centro del escenario mundial y hagamos una mayor contribución a la humanidad", declaró el presidente chino Xi Jinping en el discurso de inauguración de su segundo período presidencial en octubre de 2017.

La estrategia central de Beijing para cumplir esta misión es la Iniciativa de la Franja y la Ruta, conocida popularmente como la “Nueva Ruta de la Seda”, lanzada por el mismo Xi Jinping en 2013 para consolidar la influencia económica, política y militar de su país a través de la construcción de redes de infraestructura terrestre y marítima que mejoren la conexión de China con el resto del mundo.

El nombre hace referencia a las rutas comerciales que articularon durante siglos el intercambio de mercancías e ideas entre Asia, Europa y el norte de África. Esta nueva versión se extiende hasta América Latina y ya cuenta con la adhesión oficial de 19 países latinoamericanos y del Caribe.

Su principal músculo financiero es el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII), creado en 2014 como una opción de financiamiento multilateral alternativa a los esquemas globales tradicionales como el FMI y el Banco Mundial, en el cual participan Ecuador desde 2019 y Uruguay desde abril de este año.

El éxito de la apuesta de China por convertirse en el principal inversionista en América Latina se debe, en gran medida, a que sus préstamos no están condicionados al tipo de gobierno ni a la implementación de reformas por parte del país receptor. Esto ha resonado en los países de la región, acostumbrados a que el financiamiento internacional e incluso la aprobación de tratados de libre comercio dependieran de reformas económicas y compromisos políticos.

El nuevo frente de la avanzada de China en el hemisferio es Argentina, la tercera economía de la región, tras el regreso al poder del Partido Justicialista, un aliado histórico del Partido Comunista Chino. El presidente Alberto Fernández ya ha expresado su interés de que el país austral se integre formalmente a la Iniciativa de la Franja y la Ruta y al BAII, y de profundizar los vínculos de China con la región a través de su liderazgo en la CELAC.

América Latina puede salir fortalecida del pulso de poder entre China y Estados Unidos, pues la irrupción de la potencia asiática en el ajedrez multilateral puede contribuir a equilibrar la dependencia que históricamente ha tenido la región con Washington

La contraofensiva de Washington

A pesar de las políticas aislacionistas del presidente Trump, Estados Unidos se resiste a la idea de cederle su “patio trasero” a la superpotencia asiática.

Para ello lanzó a finales de 2019 América Crece, una estrategia de fondos gubernamentales orientada a promover las inversiones privadas en proyectos de infraestructura en América Latina, la cual ya cuenta con la adhesión de 14 países y ha sido calificada como una nueva doctrina Monroe para mantener a la región como un área de influencia exclusiva estadounidense.

Asimismo, la administración Trump ha venido utilizando el poder de su país para que los gobiernos del hemisferio se alineen con su agenda política global y para contrarrestar el efecto de las inversiones chinas a través de la banca multilateral, como quedó claro con la elección de su asesor, Mauricio Claver-Carone, como nuevo director del BID el mes pasado.

Y aunque la elección presidencial del próximo 3 de noviembre podría darle un giro a la política exterior de Estados Unidos, la postura del contendiente de Trump, el demócrata Joe Biden, no parece muy diferente en lo que a China se refiere. Así lo sugiere uno de los eslogan de su campaña, “Hecho en América”, con el cual promete reducir la dependencia de su país en la producción industrial del gigante asiático.

Una oportunidad para América Latina

América Latina puede salir fortalecida del pulso de poder entre China y Estados Unidos, pues la irrupción de la potencia asiática en el ajedrez multilateral puede contribuir a equilibrar la dependencia que históricamente ha tenido la región con Washington.

En este escenario triangular, los países latinoamericanos pueden inclinar la balanza en su favor si logran afrontar con éxito el reto de mantener una relación equilibrada entre las dos potencias. Pero será difícil, porque la agenda China, que juega muy a largo plazo, pasa por asegurarse el suministro de materias primas y alimentos no solo a través de la importación, sino también a través de los préstamos a los gobiernos y la compra de tierras. La hegemonía china empieza ya a notarse en algunos mercados de commodities, y su resistencia a operar bajo las reglas establecidas por la comunidad internacional, sumada al carácter autoritario de su régimen político, entraña no pocos riesgos geopolíticos.

En este escenario, los efectos de la Covid-19 y de la guerra comercial entre Washington y Beijing en la economía mundial están llevando hacia la regionalización de las cadenas de producción, lo cual representa una oportunidad para América Latina para reemplazar a China como centro de exportación de bienes y servicios hacia Estados Unidos, pero también podría estimular el intercambio entre los países de la región.

Pero para que América Latina se siente a la mesa y deje de ser parte del menú de las grandes potencias, resulta indispensable que los países latinoamericanos y del Caribe asuman una posición conjunta, que permita un mayor poder negociación en los espacios multilaterales y mejorar la competitividad de la región de forma equitativa. Pero también para evitar el peor de los escenarios posibles: una región aún más fragmentada por la competencia entre las potencias mundiales.

Tener como principal socio comercial y financiero no a la principal potencia democrática del mundo (a pesar de la crisis que hoy atraviesan los EE.UU.) sino a un régimen autoritario implica mantenerse vigilantes, porque detrás del guante de seda chino puede esconderse un puño de hierro si la devastadora crisis económica que trae asociada la pandemia deteriora aún más las relaciones entre ambas potencias y éstas deciden trasladar parte de su batalla a la región.

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