
El presidente colombiano, Juan Manuel Santos y el comandante de las FARC, Rodrigo Londono, durante la ceremonia de firma del acuerdo. 26 de septiembre de 2016. Cartagena, Colombia. Presidenciamx/Zuma Press/PA Imágenes. Todos los derechos reservados.
Manuel Serrano: Permítame que le haga una pregunta sin rodeos: ¿Hacia dónde va América Latina en este momento?
Mariano Aguirre: Existen cinco procesos en curso en América Latina que pueden destacarse. El primero es la cuestión de la corrupción, que está en su momento de máxima tensión en Brasil.
El segundo, es la cuestión de los derechos civiles, que se aprecia en las demandas de los movimientos indígenas en la zona andina, los afrocolombianos y también en el debate alrededor del “dos por uno” y la política del gobierno de Mauricio Macri frente a la inmigración, que convierte los inmigrantes en indeseables y les criminaliza, deteriorando el sistema democrático del país.
El tercer proceso importante es el proceso de paz en Colombia, tanto el acuerdo que se ha alcanzado con las FARC como las negociaciones en curso con el ELN. Estos dos factores pueden poner fin a un ciclo de 50 años de violencia y terminar con el modelo insurreccional de querer llevar a cabo el cambio social a través de la fuerza. El gran desafío para los próximos años será implementar el acuerdo de La Habana al mismo tiempo que desarrollar el Estado en las zonas donde no tiene presencia.
La política del gobierno de Mauricio Macri frente a la inmigración convierte los inmigrantes en indeseables y les criminaliza, deteriorando el sistema democrático del país.
El cuarto proceso se está produciendo en Venezuela. Contrariamente a lo que dicen, y celebran, algunos analistas, no supone el fin de los gobiernos populistas o el fin de los gobiernos con políticas sociales. Tantos unos como otros volverán a surgir en América Latina. Pero Venezuela es un caso en sí mismo. Si no se logra un acuerdo negociado, la violencia puede escalar y podría convertirse en la crisis más grave en la región.
El quinto y último proceso es la violencia en México y Centroamérica. La violencia en El Salvador, Honduras y Guatemala es profunda y grave, y está vinculada a situaciones de desigualdad, pobreza y racismo. En el caso mexicano es reflejo de una fórmula explosiva: a una crisis del sistema estatal se unen profundas desigualdades, la incapacidad del estado de controlar la violencia, en parte debido a la corrupción, la diversificación del narcotráfico, la frontera con Estados Unidos y el tráfico de armas y personas. Todo esto combinado ha generado un conflicto violento de características no convencionales. No es una guerra declarada, pero tiene características que permiten que se aplique el derecho internacional humanitario y la legislación internacional sobre la guerra.
El gran desafío para los próximos años será implementar el acuerdo de La Habana al mismo tiempo que desarrollar el Estado en las zonas donde no tiene presencia.
MS: Hablemos de Venezuela: ¿Es posible una salida negociada de la crisis actual?
MA: En todo conflicto hay siempre posibilidades de negociación. En algunos casos, alcanzar algún tipo de resultado positivo puede llevar meses o años. Pero no existe una regla según la cual hay conflictos sin solución. Hay conflictos que están en situaciones de no resolución – como el israelí-palestino y el sirio – pero esto no significa que no haya que intentarlo y que no se presenten perspectivas de resolución. Ningún conflicto ni tampoco ningún actor internacional es estático. Hay dinámicas, intereses y tiempos que van cambiando y abriendo posibilidades.
En todo conflicto hay siempre posibilidades de negociación. No existe una regla según la cual hay conflictos sin solución.
MS: Colombia es un ejemplo de negociaciones exitosas. ¿Qué factores han contribuido a su éxito?
MA: Yo creo que han contribuido varios factores. El primero, la voluntad de negociar de las partes en conflicto. El segundo, el respeto de los facilitadores, Noruega y Cuba, en el sentido de no imponer sus criterios, ofrecer un espacio seguro, como lo hizo Cuba, y de ayudar desde los márgenes, como lo hizo Noruega, con el mayor respeto por los actores, para que llegaran ellos mismos a un acuerdo. Fue esencial también la discreción en torno a las negociaciones. Contrariamente a lo que aconteció con el proceso de paz del Caguán, más de una década atrás, el gobierno de Colombia y las FARC fueron muy respetuosos, en general, con el imperativo de guardar la confidencialidad mientras se negociaba. Los mensajes que se daban eran pactados, pensados. No hubo una negociación por un lado y un espacio mediático por otro.
Otro factor de enorme importancia fue la participación, a través de las consultas e invitaciones a la Habana, de miembros de la sociedad civil y representantes de las víctimas. La presencia de las víctimas es innovadora: es la primera vez que se da en una negociación de paz.
Por último, el interés específico de ambas partes por negociar. Para el gobierno de Santos y su equipo, y también para una parte considerable de la sociedad colombiana, de lo que se trataba era de modernizar el estado colombiano, de avanzar hacia un país que tiene que ser moderno, que tiene que estar en paz, tiene que trabajar con otros países del mundo. Una Colombia que tiene que dejar de ser un país en guerra para ser democráticamente estable. Las FARC, por su parte, aunque sufrieron fuertes bajas en los últimos años, tenían la posibilidad de seguir operando – tenían la posibilidad de seguir con la guerra. Pero las nuevas generaciones de líderes de las FARC, bajo la influencia del fallecido presidente Chávez y posiblemente por sugerencia del gobierno cubano, entendieron que en América Latina, hoy y en el futuro, la opción para el cambio social no pasa por la lucha armada, sino por la integración en la vida política, democrática, civil y pacífica.
Las FARC entendieron que en América Latina la opción para el cambio social no pasa por la lucha armada.
MS: ¿Cuáles son los desafíos inmediatos tras el Acuerdo de Paz?
MA: Hay dos fases. La primera fase de implementación, pese a algunos retrasos y lógicos problemas, se está llevando a cabo con considerable éxito. En estos meses, el objetivo es la desmovilización, el desarme de las FARC y la integración social de los ex guerrilleros, a través de un mecanismo tripartito integrado por las Naciones Unidas, las fuerzas armadas colombianas y un grupo de las FARC especialmente adiestrado y autorizado para esta misión. Esta fase es, por supuesto, clave. No sólo por el desarme, sino porque el estado tiene que garantizar, por un tiempo prolongado, la seguridad de los miembros de las FARC y permitirles que puedan empezar su proceso de integración económica, política y social. La segunda fase, en la que habrá una segunda misión de la ONU, supone un desafío todavía más importante: abordar los grandes temas del proceso que se firmó y que necesitan implementarse: el desarrollo rural, la sustitución cultivos ilícitos, ,la implementación de la justicia transicional, la participación política de las FARC y las garantías de seguridad para los ciudadanos en general de todas las tendencias políticas.
MS. ¿Está el estado colombiano preparado para estas tareas?
Las cuestiones mencionadas mostrarán si el estado colombiano – por una parte, sofisticado y, por otra, paradójicamente, incapaz de llegar a algunas partes del país – consigue cumplir con lo que ha firmado. Se presenta un escenario en el que implementar el Acuerdo de Paz supone, en gran medida, crear estado. En esta fase se precisará que todos los sectores de la sociedad, con la colaboración de las agencias de Naciones Unidas, la misión política, los donantes internacionales cooperen en dejar atrás el conflicto armado, estabilizar democráticamente el país, crear una paz sostenible que opere como mecanismo de prevención para que no se retorne a la guerra. Para las FARC, el gran desafío será el de integrarse en la vida política del país y pasar de ser una organización armada jerárquica a ser una organización política que opera en un marco democrático. A estos desafíos se une la necesidad de que el estado luche contra los paramilitares y grupos armados vinculados al narcotráfico que están matando a líderes sociales y atacando las comunidades afrocolombianas e indígenas.
La presencia de las víctimas es innovadora: es la primera vez que se da en una negociación de paz.
MS: Usted ha publicado recientemente Salto al vacío (Icaria Editorial, Barcelona) , un libro sobre la crisis de Estados Unidos, reflejada en la presidencia de Donald Trump. ¿Cuál es su tesis central?
MA: Trump ha llegado a presidente como resultado de una crisis estructural del país. El libro analiza las fracturas económicas existentes, especialmente en el terreno de la desigualdad, así como la crisis de las infraestructuras, una burocracia inmensa e ineficiente y un aparato militar sobredimensionado pero que igualmente va de fracaso en fracaso desde la guerra de Vietnam.
Trump ha llegado a presidente como resultado de una crisis estructural del país.
Se ocupa también de la fractura de las identidades: entre la sociedad blanca y la afroamericana, entre un sector de la sociedad blanca y los latinos-hispanos, las fracturas internas entre diversos sectores sociales marginados, y los avances de las mujeres en la sociedad y la reacción contra esos avances Dedico espacio a analizar la cuestión de la identidad. Esta fue una de las causas que llevaron a Hillary Clinton a perder las elecciones: hombres y mujeres blancos que han perdido sus empleos en las últimas dos décadas debido a la desindustrialización y deslocalización de la producción industrial en Estados Unidos. Este amplio sector se ha quedado marginado y protestan contra las políticas que defienden a otras identidades (mujeres, comunidad de gais y lesbianas y transexuales, afroamericanos).
Él es un empresario de segunda categoría de Queens que llevaba décadas tratando de conquistar Manhattan y de ahí saltar a Washington.
Todo esto, sumado al factor religioso – la radicalización y el peso político de los evangélicos -, ha permitido que Trump saliera elegido Presidente. Ha sabido sacar partido de su figura muy mediatizada, popular y anti-intelectual, con un discurso contra las élites. Él es rico, pero no forma parte de esas élites. Él es un empresario de segunda categoría de Queens que llevaba décadas tratando de conquistar Manhattan y de ahí saltar a Washington. Para hacerlo construyó un discurso que resonó en parte de los sectores marginados de Estados Unidos. Su reivindicación, casi melancólica, es volver a un mundo pasado al que difícilmente el país podrá regresar y esto ha tenido eco en un electorado inquieto ante las incertidumbres del futuro. Lo que Trump ha planteado de forma brutal – y sigue planteando – es volver a una añorada, aunque mítica, “América por delante”, ofreciendo soluciones sencillas a problemas complejos.
Esta entrevista se realizó el 19 de mayo en Lisboa, en la conferencia "Más allá de las fronteras: personas, espacios, ideas" organizada por la Universidad Autónoma de Lisboa.
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