Esto se remonta en el tiempo, ya que el Estado colombiano se construyó sobre la base de guerras y alianzas entre las élites de Bogotá y los caciques locales, o caudillos. En el siglo XX, liberales y conservadores pactaron para controlar el poder, marginando a campesinos, indígenas y comunidades afrocolombianas.
En los años 60 surgieron varias guerrillas marxistas-leninistas que desbarataron el poder del Estado y controlaron territorios y comunidades. Desde los años 70, la sociedad y la política se han visto corrompidas por el narcotráfico, las fuerzas armadas y los grupos guerrilleros. La violencia extendida entre guerrillas, grupos paramilitares, narcos y fuerzas de seguridad del Estado mató a 261.000 personas entre 1958 y 2018, según el Centro Nacional de Memoria Histórica.
En Colombia, el Estado es profundamente paradójico. Alrededor del 40 por ciento del territorio colombiano no tiene presencia estatal, o es débil y negocia la "soberanía compartida" con grupos armados criminales o político-criminales.
Casi 100 grupos armados criminales operan en nueve regiones del país, incluyendo las fronteras con Venezuela y Ecuador. Muchos de ellos luchan por controlar los territorios abandonados por las FARC utilizados para cultivar coca y desarrollar otras economías ilegales. Las fuerzas militares están desplegadas a lo largo de las carreteras y los ríos, pero el crimen organizado, las disidencias de las FARC y el ELN controlan la vida y la economía de los territorios y sus poblaciones. Recientemente, para mostrar su fuerza, el grupo criminal Clan del Golfo declaró un paro general (armado) en 11 departamentos. El gobierno no hizo nada para impedirlo.
El largo camino hacia la paz
En 2016, el gobierno de Juan Manuel Santos firmó un acuerdo de paz con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), el grupo marxista más fuerte, que incluía una reforma rural para desarrollar las zonas afectadas por la guerra; un plan de sustitución de cultivos de coca; medidas judiciales y penas alternativas para guerrilleros, ex miembros de las fuerzas militares y empresarios implicados en la violencia; y planes para que los ex miembros de las FARC participen en la política legal y se reincorporen a un empleo remunerado.
Se esperaba que siguieran las negociaciones con el ELN (Ejército de Liberación Nacional), pero en 2018, el candidato derechista Iván Duque ganó la presidencia con una plataforma para detener el Acuerdo. Desde entonces, su partido político, Centro Democrático, ha combatido el Acuerdo con todos los medios políticos posibles.
En consecuencia, amplios apartados del acuerdo de paz siguen sin cumplirse, especialmente los relativos a las reformas rurales. Sin embargo, Duque no pudo impedir que la Comisión de la Verdad y la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) investigaran los crímenes y la incitación al delito. La clase militar, política y empresarial sigue preocupada por las complicidades del pasado que la JEP desvelará.
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