democraciaAbierta: Opinion

Entre bastidores en Glasgow, un mundo en tensión y sin liderazgo

la COP26 pasará a la historia como un momento paradójico, de gran consenso y, al mismo tiempo, de gran frustración

José Luís Fiori
26 noviembre 2021, 12.01am
'La COP ha fracasado'
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Vuk Valcic/Alamy Stock Photo

"We are witnessing one of the largest shifts in global geostrategic power of the world has witnessed."

Gal. Mark Milley, Joint Chief of Staff, in NBC News, Sputnik 8/11/2021


No se puede negar el desencanto provocado por la Conferencia Mundial sobre el Clima (COP26), celebrada en la ciudad de Glasgow, Escocia, a principios de este mes de noviembre. Por un lado, están quienes elogian el compromiso con la deforestación cero, la reducción de las emisiones de gas metano, la regulación del mercado global de carbono, e incluso la mención en el documento final de la reunión de la necesidad de reducir el uso de carbón y combustibles fósiles con miras al objetivo consensuado de limitar el aumento de la temperatura global a 1,5ºC para finales de siglo, en comparación con su nivel anterior a la “era industrial”. Por otro lado, hay quienes critican la falta de avances en el tema de la "justicia climática", es decir, la compensación económica de los países más pobres que ya están sufriendo los efectos del calentamiento global producido por el desarrollo de los más países ricos, o que no pueden renunciar a sus productos que contribuyen al calentamiento global porque son necesarios – en este momento – para su propio desarrollo económico.

Además, no se definieron metas claras, ni se establecieron o crearon mecanismos de control y gobernanza global del tema climático. Todo esto es cierto, todos tienen razón hasta cierto punto y no hay forma de arbitrar este debate de manera concluyente. Pero la verdadera razón del desencanto, o incluso la sensación de fracaso de la COP26, no está relacionada con sus acuerdos y compromisos técnicos y políticos; tiene que ver con la falta de “densidad política” de una conferencia que se vació y no tuvo un liderazgo capaz de superar la fragmentación y hostilidad existente en el sistema internacional, marcado por un movimiento simultáneo y paralelo de todos los poderes que podrían o deberían liderar este gran proyecto de “transición energética” y “revolución verde” de la economía mundial.

De hecho, la COP26 fue organizada por Inglaterra con el objetivo explícito de afirmar el liderazgo británico, o incluso anglosajón, de este gran proceso de transformación ecológica, y con el objetivo no declarado de “transferir” a Glasgow la marca mundial simbólica del "Acuerdo de París". Este fue el sueño del primer ministro británico Boris Johnson y Alok Sharma, su compatriota que presidió la conferencia. Pero este proyecto fue abortado desde el principio por el anuncio, en el último minuto, de la ausencia de los presidentes de China y Rusia, y por el discreto boicot de Francia y la propia Unión Europea. El propio presidente estadounidense, Joe Biden, se preocupó de mantenerse alejado de la figura del primer ministro británico, exponiendo su debilidad, ya sea por sus problemas internos, bien por sus actuales disputas con Francia en relación a Irlanda y la Unión. Europea, o simplemente porque Inglaterra ya no tiene el poder y el liderazgo mundial que imaginó Johnson, ni siquiera entre las grandes potencias, a menos que cuente con el respaldo de Estados Unidos. Lo último quedó difícil en este caso porque Estados Unidos fue, en última instancia, el principal responsable del vaciado del encuentro de Glasgow, a pesar de las buenas intenciones ecológicas de su actual presidente.

Los líderes mundiales reunidos en Glasgow aún no han tenido tiempo de olvidar a Donald Trump y su decisión de abandonar el Acuerdo de París, que los propios Estados Unidos habían patrocinado y apoyado con entusiasmo en 2015. Y a pesar del retroceso estadounidense y las disculpas del presidente Biden, el trauma de la ruptura se ha mantenido como una amenaza permanente para el futuro de la participación estadounidense, especialmente al considerar la posibilidad del regreso de Trump o algún otro líder de derecha y negacionista en las elecciones de 2024. En estas condiciones, ¿quién apostaría por el liderazgo de un país y un presidente que no es capaz de asegurar la actual posición de Estados Unidos, favorable al acuerdo climático, durante sólo tres años más? Además, el propio gobierno Biden sufrió una gran pérdida de apoyo interno tras su desastrosa retirada militar de Afganistán, que se realizó, por cierto, sin consultar ni comunicarse con sus principales aliados europeos. Todo ello en una sociedad cada vez más polarizada y radicalizada, que ha mostrado, en las encuestas de opinión pública, su creciente rechazo a la idea misma de la reelección del actual presidente, lo que quizás explique sus relaciones cada vez más tensas y excluyentes con su vicepresidente, Kamala Harris.

La COP26 fue organizada por Inglaterra con el objetivo explícito de afirmar el liderazgo anglosajón de este gran proceso de transformación ecológica

Es en este contexto que debe valorarse la importancia decisiva de la otra gran “deserción occidental”, de la propia Unión Europea, que jugó un papel mucho menor de lo esperado en el desarrollo de las negociaciones de Glasgow, ya sea por sus actuales disputas con el primer ministro “brexista” Boris Johnson, o porque ella misma está dividida y debilitada internamente. Alemania sigue negociando la formación de un nuevo gobierno, sin Angela Merkel y, por tanto, con poca capacidad de iniciativa y liderazgo. Lo mismo puede decirse de la Francia de Emmanuel Macron, en vísperas de una nueva elección presidencial, y en abierto conflicto con Inglaterra por cuestiones derivadas del Brexit. Hay que sumar la tradicional fractura económica entre los países del Norte y del Sur de la Unión Europea, agravada por los efectos de la pandemia de Covid-19, a lo que se suma la fractura ideológica entre sus países miembros de Europa Oriental y Occidental. Todos movilizados, pero sin una posición común sobre lo que la OTAN considera hoy una amenaza militar rusa en el Báltico, Europa Central y el Mar Negro, y la amenaza de un resurgimiento del conflicto étnico y religioso en los Balcanes. Se comprende mejor así el paso discreto de los europeos por Glasgow y su actual incapacidad para liderar algo a escala global.

A principios de 2017, el presidente chino, Xi Jinping, rompió una larga tradición de oposición y asistió al Foro Económico Mundial en Davos, en los Alpes suizos, para defender sin concesiones la globalización y el orden económico mundial liberal, justo después de la victoria del Brexit en el plebiscito británico de 2016 y de la primera hora de gobierno Trump. En su discurso, Xi se ofreció explícitamente a liderar el proyecto y el mundo liberal que había sido instruido por los anglosajones y que ahora estaba siendo criticado y algo abandonado por los Estados Unidos de Donald Trump y sus leales aliados, el pueblo británico. Cuatro años después, Xi no asistió a la reunión de Glasgow, a pesar de las políticas cada vez más audaces de su gobierno en el campo de la "transición energética" y la creación de una nueva "economía verde" china. Entre una cosa y otra, sin embargo, China fue sorprendida por la "guerra comercial" iniciada por Trump, y que ha continuado hasta ahora con el gobierno Biden, que ha promovido un cerco militar cada vez más intenso y agresivo de China, especialmente desde la ejecución. de sus acuerdos con Corea, Japón, India y Australia, y su decisión de llevar a cabo un acuerdo atómico conjunto con Inglaterra y Australia.

China ha venido respondiendo a la guerra comercial y su cerco militar con la aceleración de su desarrollo tecnológico-militar, y ha ido desacoplando progresivamente su economía de la norteamericana, especialmente en campos que involucran tecnologías sensibles. Y es en este contexto donde se sitúa el actual agravamiento de la disputa sobre Taiwán y el control naval del Mar de China Meridional. Esta tensión y hostilidad creciente explican en última instancia la ausencia del presidente chino en la COP26, cuya importancia no fue reducida ni disfrazada por el comunicado conjunto, realizado en Glasgow, por los representantes de China y Estados Unidos, absolutamente formal, diplomático y sin mayores consecuencias prácticas. Es interesante notar que, de manera transversal, para poder defenderse, los chinos se ven obligados a seguir una cartilla “introspectiva” y de encierre muy similar a la que propugnó Trump, y que sigue siendo seguida por Biden. Aun así, China debe seguir, por sí sola, su política de transición energética y económica, con un gasto programado, para la próxima década, de 3,4 billones de dólares destinado a la reducción de sus emisiones de gases de carbono, más que la suma de lo que Estados Unidos y la Unión Europea ya han planeado gastar juntos en el mismo período.

La desaparición de Brasil también contribuyó a la ausencia de voluntad política en la COP26

La ausencia rusa en Glasgow tuvo un guión similar al de China, aunque en este caso el cerco externo ya es mucho más antiguo y más permanente, pues la OTAN, que fue creada para hacer frente a la “amenaza comunista” de la URSS, se mantuvo tras el fin de la Guerra Fría, ahora para hacer frente a la amenaza conservadora de la Rusia nacionalista de Vladimir Putin. Rusia se enfrenta actualmente a problemas internos, de salud y económicos, causados ​​o agravados por la pandemia de Covid-19, y aún enfrenta una hostilidad creciente en su frontera occidental, y no tendría la menor condición para salir en la foto oficial de Glasgow junto a sus principales acusadores y potenciales agresores. En cualquier caso, Rusia nunca ha ejercido un liderazgo mundial significativo en los temas de la “agenda verde”, siendo conocida por ser una megapotencia energética, gracias a sus ilimitadas reservas de carbón, gas y petróleo, además de energía nuclear. A pesar de ello, sigue manteniendo su posición favorable, sus objetivos y su propia estrategia para descarbonizar su economía y territorio.

Por último, no se puede dejar de destacar la importancia del cambio de la posición tradicional de Brasil y su desaparición de la escena diplomática internacional. Desde la realización de Río-92, al menos, Brasil ha estado jugando un papel central en la lucha contra el cambio climático global, no solo por la importancia de sus bosques, su petróleo y sus rebaños, sino sobre todo porque Itamaraty siempre ha ocupado una posición destacada en las principales negociaciones y acuerdos alcanzados en los últimos 25 años. Por esta razón, la nueva postura negacionista del gobierno brasileño pesó mucho en la consternación final de Glasgow, a pesar de que algunos diplomáticos brasileños intentaron mostrar una postura más positiva, totalmente desacreditada por su propia ocultación de información durante la reunión, y por las repetidas mentiras de su gobierno y su presidente sobre la deforestación récord de la Amazonía, en los últimos tres años de gobierno.

Es muy cierto que en la última reunión del G20 en Roma, se pudo comprobar que la comunidad internacional ya ha clasificado y descartado definitivamente al capitán-presidente, como una especie de “tonto imputable”, como se evidenció en su pequeño “episodio" con Merkel, y en su conversación totalmente ajena con Recep Erdogan, el presidente de Turquía. La impresión que queda es que la comunidad internacional ya aceptó la idea de esperar a que esta figura sea devuelta a su circo privado, y a que sus inventores regresen a sus cuarteles, para que Brasil también pueda volver al lugar que tenía. ya conquistado en el escenario internacional, particularmente en su lucha contra la deforestación en la Amazonía ya favor de los Acuerdos de París, que fueron firmados por Brasil. Pero el daño en Glasgow ya está hecho y no hay duda de que la desaparición de Brasil también contribuyó a la ausencia de voluntad política en la COP26.

Resumiendo nuestro argumento: el mundo está totalmente fragmentado, tensionado y sin liderazgo, y no es posible construir y consolidar una voluntad política colectiva tan compleja como la que se requiere para llevar a cabo una transición energética y económica de esta magnitud, sin que exista una fuerte voluntad política y liderazgo convergente capaz de mover un mundo tan desigual y asimétrico en la misma dirección colectiva. En este momento, lo que existe no es el multilateralismo, es la escisión, y en este contexto el tejido del sistema internacional tiende a volverse hipersensible, transformando cualquier conflicto en una amenaza de guerra. Es por esta tensión y esta hostilidad que se respira en el aire que la Conferencia de Glasgow pasará a la historia como un momento paradójico, de gran consenso y, al mismo tiempo, de gran frustración.

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