El páramo de San Isidro es conocido por su nombre kichwa, Chilca Tingo Chaupi Urku, y está situado a unos 20 km cuesta arriba del propio pueblo, en la provincia de Cotopaxi. Tras la reforma agraria de la década de 1960 y la abolición formal del sistema de esclavitud indígena de hacienda, estas tierras se concedieron como patrimonio a las familias de 34 "huasipungueros" (trabajadores contratados forzados en la hacienda) que formaban parte de la comunidad ancestral de Juigua San Isidro. Se trataba de personas que recientemente habían obtenido la libertad de vivir y trabajar fuera de la hacienda y que tuvieron que luchar ferozmente para adquirir derechos sobre la tierra para su comunidad. Así, el páramo ha sido durante mucho tiempo un símbolo de solidaridad. Hoy, es también un sitio de colectividad y cooperación. En los últimos decenios, el trabajo de conservación comunitaria en el páramo ha consistido en plantar árboles nativos y proteger la flora endémica, además de llevar a cabo la campaña legal para obtener la condición de área de protección.
Muchos en San Isidro también ven el páramo como un ser vivo, como "nuestro refugio" y "nuestra hermana". El páramo es simbólicamente una fuente de fuerza y también, muy tangiblemente, una fuente de vida. Como dijo la lideresa de San Isidro, María Rojas, a las noticias locales, "Si no tenemos el páramo, no tenemos agua... y sin agua, no hay vida. Sin agua no hay cultivos, no hay nada. Sin agua, moriríamos".
Sin embargo, aunque su vital importancia ecológica está ganando un mayor reconocimiento, el páramo sigue siendo visto por una poderosa minoría como una fuente de recursos naturales listos para ser explotados. Por el bien de comunidades como San Isidro y, de hecho, por el bien del mundo en su conjunto, hay una clara necesidad de un amplio movimiento ambientalista que se centre en la protección del páramo. Deberán utilizarse todas las estrategias disponibles, incluida la defensa legal de su condición de APH como área hidrológica legalmente protegida, si la sociedad en general quiere escuchar y actuar en las palabras de María Rojas y otras personas que viven en primera línea. Para tener éxito, la protección del páramo deberá ser dirigida por las comunidades indígenas y campesinas que comparten las historias más ricas y los enlaces cotidianos con estas tierras únicas. El reciente logro de San Isidro es un paso crucial para asegurar que el páramo continúe prosperando para las generaciones futuras.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en Toward Freedom. Lee el original aquí.
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