Pensando en estas rimas, y tras asistir a la sucesión de mentiras, calumnias y difamaciones perpetradas por Bolsonaro contra los pueblos indígenas y quilombolas y contra los trabajadores en su discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), también decidí rimar mi reacción a este fascismo mal disfrazado con una reacción del pasado reciente.
Recordé, entonces, un texto sobre Berlusconi escrito por el portugués José Saramago -Premio Nobel de Literatura y una de mis grandes referencias literarias- a petición de “El País”, que lo publicó, en su edición española, el 7 de junio de 2009.
Decidí examinar el texto de Saramago a través de una especie de paráfrasis, preservando en la medida de lo posible las palabras del maestro, ya que sus sentimientos hacia Berlusconi riman bastante con los míos hacia Bolsonaro.
En mi traducción del original en español al portugués, opté por preservar la palabra “cosa” tal como está escrita en italiano y español, ya que, de esta manera, agrega el significado que tiene en “Cosa Nostra”, la más famosa mafia familiar italiana. Además, mantener la palabra con esta grafía también me sirve para hacer referencia al hecho de que la “famiglia” Bolsonaro procedía originalmente de Italia.
Aquí está mi rima:
La cosa Bolsonaro. No veo qué otro nombre podría darle. Una cosa peligrosamente parecida a un ser humano, que promueve aglomeraciones y fiestas bajo la pandemia y se comporta como si estuviera al mando de un país llamado Brasil. Esta cosa, esta enfermedad, este virus amenaza con ser la muerte moral del país de Machado de Assis, si una náusea profunda no puede sacarlo de la conciencia de los brasileños antes de que el veneno termine corroyendo sus venas y destrozando el corazón de una de las más ricas culturas latinoamericanas y afroamericanas.
Los valores básicos de la convivencia humana son pisoteados todos los días por la garra viscosa de la cosa Bolsonaro, quien, entre sus múltiples talentos, tiene una habilidad grotesca para abusar de las palabras, pervirtiendo su intención y sentido, comenzando por lo “social” y “liberal”, que están en las siglas del partido con el que asaltó el poder, y pasando por alto las palabras “cristiano” y Dios.
Llamo delincuente a esta cosa y no me arrepiento. Por razones de naturaleza semántica y social que otros podrían explicar mejor que yo, el término delincuente tiene, en la lengua portuguesa hablada en Brasil, una carga negativa mucho más fuerte que en Portugal, donde se habla el mismo idioma, porque, en Brasil, los admiradores de la cosa Bolsonaro acostumbran a asociarlo sólo con los pobres, y con los negros pobres especialmente.
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