
Alexis Tsipras. Flickr. Some rights reserved.
El panorama político-económico europeo revela una aparente paradoja: a pesar de la creciente profundidad de la crisis iniciada en 2008, la agenda neoliberal sigue hegemonizando el debate público y determinando las decisiones de los responsables de las políticas económicas. Algunos eventos recientes muestran la creciente intensidad de este fenómeno. Un ejemplo de ellos es la actitud beligerante que caracterizó a todos los países europeos (y más aún a aquellos periféricos) hacia Grecia. No sólo cualquier tipo de propuesta griega, incluyendo las más tibias y parcialmente favorables a un ajuste, ha sido rechazada con dureza sino que en varias ocasiones se ha ridiculizado la misma teoría económica que ha inspirado dichas propuestas. El pasado 24 de abril los ministros de Economía del Eurogrupo humillaron públicamente al ministro de economía griego y reconocido economista heterodoxo, Yanis Varoufakis. Según la reconstrucción de la agencia Bloomberg, el presidente holandés del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, habría atacado a Varoufakis tildándolo de “diletante, perezoso y jugador” e imponiendo al propio Alexis Tsipras la necesidad de sumar a la delegación griega a dos miembros adicionales que harían las veces de “tutores” del ministro. Semejante actitud ha caracterizado a las instituciones europeas durante toda la compleja negociación sobre la deuda griega.
En segundo lugar, llama la atención el durísimo enfrentamiento entre el ministro de Economía italiano, Pier Carlo Padoan, y la Corte Constitucional de su país. Esa disputa nació después de que la Justicia hubiera fallado en contra del bloqueo de las actualizaciones automáticas de las jubilaciones (decidida en 2011 por el gobierno de Monti y mantenida en vigor por los gobiernos demócratas de Enrico Letta y Matteo Renzi), imponiendo una indemnización retroactiva para los jubilados de unos cinco mil millones de euros. En lugar de reconocer el grave abuso del gobierno y aceptar el fallo del juez constitucional, Padoan escribió una durísima carta a los jueces supremos, en la cual afirmaba literalmente que “si los fallos de la corte tienen implicaciones en las finanzas públicas, la propia Corte tiene que evaluar cuidadosamente sus impacto antes de fallar”. En otras palabras, según el ex investigador del OCDE, existirían normas que están por encima de la propia Costituzione del 1948: es decir, los principios sagrados de la austeridad y de la regla áurea presupuestaria. Lo llamativo es que esta bizarra visión jurídica no sólo no ha sido rechazada por su evidente carácter antidemocrático, sino que se impuso inmediatamente: los mismos jueces, en un sucesivo y análogo fallo sobre el bloqueo de los sueldos de los trabajadores del Estado (que hubiese implicado devolver unos 38 mil millones de euros), reiteraron la inconstitucionalidad de la norma, pero esta vez sin obligación alguna de indemnización por parte del gobierno del Partido Democrático liderado por Renzi.
Dejando de lado los optimismos sencillos, un análisis del caso europeo nos lleva entonces a afirmar que no sólo las relaciones de fuerza (tanto entre países como internas a cada país) no se han mínimamente modificado desde 2008, sino que las pocas señales de quiebre con el paradigma dominante fueron marginalizadas o ridiculizadas. ¿Cómo encontrarles un sentido a estas reacciones, entonces, a la luz de la tragedia social que se está consumiendo en el Viejo Continente?
Una respuesta consistente se puede esbozar sólo tomando nota de los malentendidos y sobresimplificaciones que hasta ahora han caracterizado a los economistas heterodoxos a la hora de analizar el complejo fenómeno del neoliberalismo.
Antes que nada, no habría que olvidar que el origen del neoliberalismo se encuentra en la derrota de la vieja clase dominante europea y del pensamiento liberal clásico, después de la Segunda Guerra Mundial. Desde allí surgió la necesidad de una revisión profunda de este paradigma político-económico de la cual se hicieron cargo unos 36 intelectuales agrupados en la Mont Pelerin Society, en 1947, que se organizaron como movimiento contrahegemónico muy activo en el ámbito estatal, académico y divulgativo. Es decir, el neoliberalismo es una ideología muy europea, impulsada por problemas muy europeos. En segundo lugar, no hay que confundir los fines del neoliberalismo (los mercados omnipotentes, la desregulación) con los medios para lograrlos: la sociedad neoliberal no surge, ni en Europa ni en ningún otro lugar del mundo, como producto natural u orden espontáneo sino como resultado de una masiva, aunque perversa, intervención estatal, de una reforma minuciosa de las reglas de governance y sobre todo de la creación de instituciones (sobreestatales). Dicho de otra forma, el neoliberalismo tal como lo conocemos hoy es el producto artificial de sesenta años de trabajo colectivo e intervención (pro) activa, tanto pública como privada. Pensar que sea posible liquidarlo con un cambio de gobierno o por el simple resultado de una crisis, aunque profunda, significa subestimar la dimensión de la tremenda derrota que las clases dirigentes europeas le han infligido a los trabajadores durante las últimas seis décadas.
Este artículo fue publicado por primera vez en Página12, Buenos Aires
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