En cuanto a la rendición de cuentas de Bolsonaro por sus crímenes, esto debe ocurrir rápidamente y con fuerza. La lista de delitos cometidos por el actual presidente es larga, está muy bien documentada y ha generado ya varias demandas. Hasta ahora, ha conseguido mantenerse blindado gracias a una combinación bien elaborada del foro privilegiado de la oficina, el armamento de la policía, el apoyo de un Fiscal General que se ha desviado totalmente de las funciones de la oficina, y la compra de apoyos mediante prácticas corruptas como el presupuesto secreto.
Bolsonaro busca la manera de librarse de la justicia, pero sabemos por la historia de la dictadura que él mismo defiende que el precio de dejar impune a un gobernante explícitamente autoritario y notoriamente criminal es demasiado alto para la democracia. Tiene que pagar por lo que hizo -lo que lo dejaría inelegible en 2026, pero no acabaría con el bolsonarismo ni anularía la posibilidad de elegir un sucesor, de ahí la importancia de los otros puntos presentados en este texto.
Por último, sigue siendo urgente seguir reforzando la capacidad de los organismos gubernamentales, la sociedad civil, los medios de comunicación y las plataformas digitales para hacer frente a la maquinaria de desinformación y el discurso del odio de la extrema derecha.
Es importante destacar que se ha hecho mucho en esta dirección en los últimos años: los poderes Legislativo y Judicial han avanzado en las medidas preventivas, fiscalizadoras y sancionadoras; un número importante de organizaciones y movimientos de la sociedad civil han situado la lucha contra la desinformación y el discurso de odio en el centro de sus acciones; medios de comunicación de diversos perfiles se han dedicado a actuar con mayor firmeza y agilidad; y las grandes plataformas digitales han reforzado sus compromisos y prácticas de forma relevante, aunque insuficiente.
Sin embargo, aunque hemos evitado un desastre de las mismas proporciones que el que vimos en 2018, la situación sigue siendo desastrosa. Siguen existiendo amplias redes, bien coordinadas y financiadas, que pretenden sabotear la democracia, esquivando las barreras impuestas y causando graves impactos.
Y aquí cabe destacar un rasgo central de su estrategia: la extrema derecha domina la agenda pública enterrando a la sociedad con un alto volumen, alcance y frecuencia de contenidos, de los más variados tipos y provenientes de los más variados canales - mientras que la mayor parte del campo democrático sigue respondiendo con materiales que incluso pueden estar bien elaborados, pero cuya producción y distribución no están pensadas para enfrentar el tipo de guerra comunicacional que estamos viviendo.
Además de poner freno al extremismo, también hay que actualizar las estrategias y tácticas del campo democrático en su conjunto. Algunas experiencias recientes que apuntan en esta dirección son la extinta plataforma Bolsoflix dedicada a la distribución de videos opositores a Bolsonaro en las apps de mensajería, la campaña Olha o Barulhinho que contribuyó a revertir la tendencia histórica de disminución del número de jóvenes que obtienen sus títulos electorales, y la movilización #TôComLula mediante la cual la campaña de Lula construyó una red de cientos de grupos de WhatsApp con gestión descentralizada.
Ninguno de los cuatro frentes de acción explorados en este texto es simple o trivial. Todos requieren un fuerte compromiso de recursos, tiempo y capital político.
Pero lo peor que podemos hacer ahora es creer que la democracia ganó la guerra. Se ganó una batalla muy importante, pero Bolsonaro y los bolsonaristas no se detuvieron ni un día, y el campo democrático tampoco puede detenerse.
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Este artículo apareció también en portugués en UOL. Léalo aquí
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