Los fascistas rechazan la complejidad. Frente a la complejidad, optan por destruirla porque desestabiliza su sistema simplista, a menudo binario, de clasificar las cosas en el mundo: "Los niños van de azul, las niñas de rosa", exigía una de las más destacadas fanáticas de la secta bolsonarista, Damares Alves, cuando era ministra de Familia y Mujer.
Como prólogo a este ataque terrorista contra las colecciones de los palacios de la república, el partido MBL -una start-up fascista paulista formada por analfabetos políticos que hasta 2020 formaban parte de la secta bolsonarista- intentó destruir la exposición "Museo Queer" por las mismas injustificables razones que quienes golpearon el cuadro de Di Cavalcanti: limitaciones cognitivas asociadas a una paranoia fruto de la ansiedad sexual.
Al igual que los nazis en los años 30, consideraron que la exposición "Museo Queer” mostraba un "arte degenerado" que había que destruir, ya que eran -y siguen siendo- incapaces de interpretarlo. Destruirlos ya sea mediante mentiras y difamaciones contra sus autores y conservadores, como hizo el MBL en relación con el "Museo Queer", o destruirlos literalmente por la fuerza bruta, como ocurrió en los atentados del 8 de enero.
Para los miembros de esta secta política -en cuyos cimientos se encuentran las sectas cristianas bolsonarsitas- que sólo puede engendrarse y posteriormente financiarse y viralizarse gracias al modo de funcionamiento de las plataformas digitales de medios sociales, es decir, gracias al capitalismo de plataforma; para estas personas, la Biblia ya se toma literalmente como "palabra de Dios" y no como documento histórico y guía de una sana espiritualidad.
Para la secta de extrema derecha, sus prescripciones y valores morales deben aplicarse a todos nosotros, aunque estos valores y prescripciones se refieran literalmente a las sociedades semitas del Medio Oriente de hace más de 3.000 años. De ahí incluso su homofobia y la concentración de sus mentiras en temas de sexualidad y género.
En términos de comparación, no hay mucha diferencia entre las motivaciones de los terroristas que atacaron las obras de arte de Brasilia y las de los talibanes que derribaron las gigantescas esculturas milenarias de Buda en Afganistán. Los llamamientos del mundo para preservar el patrimonio de la humanidad no surtieron efecto. Las venerables estatuas fueron derribadas porque los miembros de una secta política y/o religiosa sólo ven "enemigos" en el exterior.
Dado que las formas de desinformación digital, es decir las fake news y las teorías conspirativas difundidas en las redes y grupos de WhatsApp y Telegram, desempeñaron un papel importante en los atentados terroristas de Brasilia, es necesario destacar aspectos del perfil medio de los peones de la secta: la media de edad es superior a los 50 años, muestran un profundo resentimiento, y un sentimiento de la culpa por pasados oscuros de los que se avergüenzan, a lo que suman un analfabetismo digital funcional.
¿Cómo afrontar el terror perpetrado por estas personas que son a la vez verdugos y víctimas? Sin duda, la política ya no puede mediar. Entonces, habrá que recurrir al uso legítimo de la fuerza y al derecho penal.
Aunque son víctimas de la desinformación, nadie es inocente ni incapaz. Y la futura protección de la democracia contra el terror literal dependerá de su correcto castigo en el tiempo y forma de las garantías legales.
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