Desde que Marielle Franco y su conductor Anderson Gomes fueron asesinados el 14 de marzo de 2018, los brasileños eligieron a Jair Bolsonaro como presidente y el ex juez de la operación Lavo Jato y actual Ministro de Seguridad, Sergio Moro, fue desenmascarado como un político parcial y al servicio de intereses sesgados. Brasil creció solo el 1% bajo la dirección del Ministro de Economía, Paulo Guedes, y el dólar alcanzó los R$ 5.
El Brasil de hoy, en muchos sentidos, es peor del que la concejala del PSOL, de 38 años, conoció y por el cual luchó. Su asesinato fue una advertencia ensordecedora para muchos brasileños de que, sin importar cuán exitosas, conocidas o amadas por la gente, las vidas de los negros y negras son prescindibles. En un país donde dos tercios de todos los homicidios femeninos afectan a mujeres negras, sus asesinos saben muy bien que pueden actuar con una impunidad casi garantizada.
A pesar de la desesperanza que inevitablemente se apodera de la gente cuando la recuerda, la lucha de Marielle no fue en vano. De la noche del 14 a la mañana del 15, la mujer de la favela se convirtió en la personificación de la opresión racial y un símbolo de resistencia, no solo en Brasil, sino en el mundo.
En los días que siguieron a su muerte, Marielle fue homenajeada en la sesión plenaria del Parlamento Europeo. Su imagen salió en la portada del periódico estadounidense The Washington Post, uno de los principales del país.
Multitudes salieron a protestar por su asesinato y celebrar su vida en las calles de metrópolis de todo el mundo, desde Nueva York a Londres, pasando por París, Munich, Estocolmo, Madrid y Lisboa, por nombrar algunas. Twitter y Facebook explotaron, registrando millones de menciones de "Marielle Presente", desde lugares como Berlín, Miami y Montreal. Gente que nunca había escuchado su nombre, en ese momento rindió homenaje utilizando el hashtag del movimiento Black Lives Matter: #SayHerName.