Javier Macaya está embarcado en una modernización de la derecha. Es de una generación más joven. Estaba en la infancia durante la dictadura y tiene más libertad para refundar una derecha democrática en Chile, divorciada de lo que fue la dictadura. Lo personalizo porque creo que hay veces en que, en coyunturas críticas, surgen liderazgos que juegan un rol de destrabar condiciones que de otra manera podrían quedarse empantanadas.
Se celebraron las fiestas patrias después del plebiscito. Está la tentación de que podríamos volver a la etapa anterior al estallido social. Macaya tiene claro que sería una ilusión. El país sigue con un quiebre, quizás ahora soterrado. El masivo rechazo a un proyecto que fue percibido como demasiado radical para Chile habla de una ciudadanía que quiere justicia social, pero con gradualidad y anhela entender bien lo que se está votando. De ahí mi comentario de que la plurinacionalidad nunca fue entendida.
Existe probablemente un 20% que aún cree lo que hizo la dictadura de Augusto Pinochet, la Constitución de Augusto Pinochet. Esa gente tiene una representación política. El partido Republicano apela a ese grupo. Y no ha crecido. Haría la diferencia entre lo que ha sido, por ejemplo, el performance de Marine Le Pen en Francia o ahora el grupo neofascista en Italia, que han demostrado capacidad de crecer. En sus países, los neonazis o neofascistas están siempre con un techo de como el 20% en los mejores momentos, donde ubico a los grupos extremistas holandeses, austriacos, alemanes.
Me da la impresión de que en Chile hay un 20% de personas que votó el rechazo, muy cercano a la dictadura. Es una generación. Preguntarle a un holandés de 25 años si tiene memorias de la Segunda Guerra Mundial. Solo gente más anciana se acordaría.
Existen bolsones neofascistas o neopinochetistas que van quedando. Son los que han atacado duramente Macaya y los otros líderes de derecha.
Yo no era optimista. Hace tres semanas estaba en actitud cauta, de observar. Todo era incierto. Era posible que no hubiera proceso constituyente. Y todavía es posible que se caiga este acuerdo. Ahora, soy más optimista, le doy un 70% de chance de que esto se materialice. Se han ido decantando ciertas cosas y la ultraderecha ha empezado a tomar actitudes violentas. No en el sentido armado, pero, en su desesperación han atacado a Macaya. Se han puesto a la entrada de canales de televisión. Son solo un puñado de personas que, en su deriva por acosar a estos líderes, revelan su debilidad.
Creo que la dirigencia más responsable de derecha y hablo mucho de la derecha, porque obviamente el centro y la izquierda empujan un nuevo proceso constituyente.
Hay autocrítica por parte del Frente Amplio, no toda la que debiera. Es difícil pedirle a los convencionales que sean autocríticos, porque han invertido un año y medio de sus días para aprobar un texto constitucional.
Pero el gobierno, el presidente en particular, ha sido extremadamente pragmático. Ha tomado nota de lo que fue la decisión contundente de la ciudadanía de rechazar un proyecto que le parecía que iba demasiado lejos, para el que no estaban preparados.
Creo, de cara al futuro, que en un mes más debiéramos tener claridad respecto de un proceso constituyente más acotado. La derecha ha hablado de la necesidad de que se consagre un Estado social y democrático de derecho. Eso es algo muy interesante. Obviamente que, en este texto, Chile Vamos incluyó combinar esto con el principio de subsidiaridad, que es como mezclar agua y aceite. Eso no flota. Pero de aquí a lo sumo dos meses, debiéramos tener acordado un nuevo proceso y en trámite para habilitarlo jurídicamente.
JZ: Es decir, ¿estamos más cerca que antes de un gran acuerdo político y de una eventual legitimidad social para la nueva Constitución?
JC: El acuerdo del 15 de noviembre del 2019, que dio paso al proceso que concluyó con la derrota del texto fue un acuerdo importante en su momento. Sirvió para estabilizar política y socialmente al país. No sabemos si la pandemia hizo su propio rol después. Recordemos que el estallido social fue una combinación de mucha movilización social y política con actos de violencia. Ese acuerdo debe ser revalidado por otro acuerdo político que sea una suerte de pacto constitucional para que esta vez no vivamos de nuevo la incertidumbre de que el plebiscito ponga el país en vilo.
El proceso constituyente, como todo proceso, va a tener momentos de apasionamiento, de diferencias, de desacuerdos, pero es imprescindible que se logre un texto en donde un grupo significativo de convencionales llamen a votar apruebo en el referéndum. Es la lección aprendida. El país no tolera un segundo fracaso porque tenemos un problema constitucional.
Comentarios
Animamos a todo el mundo a que haga comentarios, Por favor, consulte las intrucciones de openDemocracy para comentarios